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viernes, 26 de febrero de 2021

Premios en los Globos de Oro 2021

Premios en los Globos de Oro 2021. 

     The Crown, Gambito de Dama, Mank, El juicio de los siete de Chicago, Ozark.   Cine del que puedo dar fe, por haberlo visto, ha sido premiado  en algún apartado. 

 

Ocho joyas en los Globos de Oro 2021, publicidad de vodafone.

sábado, 6 de febrero de 2021

Las mejores películas del 2020.

  FONTE: lA VANGUARDIA.

                              1917


 
 
 

EL  FARO

 
 
SOLO NOS QUEDA BAILAR
 
 

EMA

LA CANDIDATA PERFECTA

UNDER THE SKIN

Nunca, casi nunca, a veces, siempre


Tenet

Mank

Soul

El lago del ganso salvaje

Martin Eden

La boda de Rosa

Las niñas

El padre

Saint Maud

El juicio de los 7 de Chicago

Little Joe

El año del descubrimiento


Corpus Christi


 


 


 


 





 


 


 


 


 


 


 




 

lunes, 3 de febrero de 2020

Gene Hackman. Acaba de cumplir 90 años

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Eugene Allen Hackman nació en 1930 en San Bernardino, California. Hijo de madre irlandesa muy católica y de cristiano ortodoxo de origen ruso, aunque él dice no ser muy creyente siempre ha sido un tipo de moral cristiana y lo veremos más adelante. Sus padres se divorciaron siendo él muy pequeño y se fue a vivir con su padres a Danville (Illinois) donde trabajaba como periodista. La relación con su padre nunca fué buena, huyendo de esa vida engañó al ejército y se alistó como Marine con sólo 16 años. Ya media 1,88 y tenía pinta de mucho más adulto.
Aunque dice en alguna entrevista que se alistó "porque no follaba". Fué marine cinco años sirviendo en Hawaii, Japón y China, de donde fue expulsado con la llegada del comunismo. A su regreso usó una beca del ejército para estudiar periodismo, igual que su padre. Se le daba bien y consiguió un buen trabajo en una productora de televisión. Durante esos años conoció a la que fue su primera mujer durante casi 20 años, Fay Maltese, con la que tuvo tres hijos. Llevaba una aparente vida cómoda pero Gene nunca estuvo satisfecho. Era habitual que se metiera en peleas de bares, algo que siendo actor siguió haciendo, según sus compañer@s para desestresarse. Muchas veces salía de los rodajes y se metía en bares para montar pelea. En esto tiene muchas similitudes con GEORGE C. SCOTT del que ya hablaremos otro día. Buscando un cambio a su vida y con 30 años, Gene dejó su trabajo convencido de ser actor. Se matriculó en una escuela de Pasadena en 1960 y duró sólo tres meses. Le expulsaron. Aún hoy tiene el récord de las peores notas de la historia de la academia: 1,3 sobre 10. Era el alumno mas viejo, le consideraban el más feo, y nunca entendieron su forma natural y despreocupada de actuar. Lo único bueno que se llevó de esos tres meses fue la amistad con Dustin Hoffman. Años mas tarde compartieron casa y desde entonces siguen siendo grandes amigos. Lo curioso es que sólo coincidieron en una película, EL JURADO, en 2003. Tienen una soberbia secuencia en un cuarto de baño. Durante esos años 60 Gene tuvo que trabajar de portero de discoteca, mozo de mudanzas o chico de la limpieza para mantener a su familia. Se arriesgó y su esfuerzo acabó dando sus frutos. Hizo migas con Warren Beatty, dicen que durante la época de portero de discoteca, y éste le consiguió una audición para hacer de su hermano mayor en BONNY & CLYDE. Esta estupenda película fue un éxito y Gene resultó uno de los grandes descubrimientos logrando su primera nominacion al Oscar. A partir de aquí su carrera y su vida dieron un vuelco total. Su gran confirmación llegó con FRENCH CONNECTION. Su ya inmortal "Popeye" Doyle pasó a la historia. Esa persecución mítica al tren, ese FERNANDO REY haciéndoselo pasar mal, que para los millenials,Fernando Rey fue el antecedente de Antonio Banderas en esto de salir en una gran producción de Hollywood y ese saludo en el metro ha sido un gesto imitado e inspirador para villanos de cientos de películas posteriores. Como curiosidad, Sylvester Stallone quiso que su Rocky Balboal levara sombrero por el personaje de Hackman, pese a que Avildsen (director del primer ROCKY) insistió en que era ridículo. Este "Popeye" Doyle significó muchas cosas en la vida de Gene: ganó su primer Oscar. La estatuilla se la entregó Liza Minnelli, con la que trabajaría en OS AVENTUREROS DE LUCKY LADY, esa película a la que renunció Spielberg por TIBURON, ¿os acordáis?. (me encanta relacionar hilos). Pero el Oscar no es lo único que le ocurrió esa noche. Hackman también actuó de presentador de uno de los premios en esa gala, y le entregó el Oscar a la mejor actriz secundaria a CLORIS LEACHMAN. Parece ser que los dos triunfadores, con el subidon del momento y la alegría, acabaron teniendo una aventura. Esa infidelidad supuso el fin del matrimonio de Hackman. A eso me refería con creencia cristiana al principio, ya que no tardó en volver a casarse, esta vez con la pianista hawaiana BETSY ARAKAWA, su mujer desde entonces. De hecho, hace un par de años, con 88 tacos, Hackman golpeó y se peleó con dos jóvenes que se atrevieron a meterse con los rasgos étnicos de mujer. Gene y las peleas, ya sabéis.
Muy sonada fue la de 2001 con unos policías que trataban de multarle. La carrera de Hackman esta plaga de éxitos y de haber trabajado con los mejores. Rodó con Robert Redford en su plenitud, inolvidable en LA AVENTURA DEL POSEIDON (la original), con Coppola LA CONVERSACIÓN a nuestro amado John Cazale), hizo la secuela de FRENCH CONNECTION, con Al Pacino en ESPANTAPÁJAROS... mucho trabajo en los 70. Pero de estos años lo que mas recuerda la gente son dos cosas: su cameo en EL JOVENCITO FRANKENSTEIN, haciendo de ciego y, sobretodo, su LEX LUTHOR, elmejor Luthor del cine (lo siento por Kevin Spacey y Jesse Eisenberg). En los 80, entre secuelas de SUPERMAN y cine de todo tipo de género, yo me quedo con dos películas: HOOSIERS y NO HAY SALIDA. Aunque probablemente su mejor papel de esta época fue el de ARDE MISSISSIPI.
Le valió una nueva nominacion, pero supuso algo aún más relevante para la historia del cine y una de las grande anécdotas y curiosidad de su carrera. ¿Sabéis que pudo ser Hannibal Lecter?, bueno... ¿Sabéis que seguro lo iba a ser?.
Cuando en 1988 la novela EL SILENCIO DE LOS CORDEROS aterrorizo a medio mundo (considerada una de las 100 mejores novelas de misterio), Jodie Foster quiso comprar sus derechos para llevarla al cine. Llegó tarde. Cuando preguntó, le dijeron que ya los había comprado Gene Hackman Efectivamente, Gene (gran amante de las novelas, luego veréis porque) se entusiasmo con el libro y compró sus derechos para dirigir y protagonizar la película. Obviamente el personaje de Lecter se lo reservó para él. ¿Por qué no lo hizo?. Cuenta que durante la lectura de los nominados de la gala de los Oscars, por su trabajo en ARDE MISSISSIPI, se dio cuenta de que hacía personajes muy oscuros, y esa idea le persiguio hasta que, una vez iniciado la pre producción de EL SILENCIO DE LOS CORDEROS, una de sus hijas le pidió que no hiciera esa película.
   y se tiró toda le década haciéndoselo pasar mal al propio Eastwood, Tom Cruise, Will Simth, Leonardo Di Caprio, Hugh Grant o Denzel Washington, con el que interpretó MAREA ROJA, una de mis debilidades de la época (con anécdota incluida de Tarantino y Washington que estuvieron años sin hablarse y que ya contaré). Pero también vimos otras facetas de Hackman, como en UNA JAULA DE GRILLOS, donde se atreve con el travestismo. Gene Hackman se retiró de la interpretación en 2004. Desde entonces se ha dedicado a otras dos pasiones, una es la pintura (pero
como le pasaba a Churchill, no debe ser muy bueno), y otra es la literatura. Ha escrito cinco libros, la mayoría históricos, pero también un thriller policíaco. Las críticas tampoco han sido muy buenas, aunque el bueno de Gene parece muy feliz.
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os sin hablarse y que ya contaré). Pero también vimos otras facetas de Hackman, como en UNA JAULA DE GRILLOS, donde se atreve con el travestismo. Gene Hackman se retiró de la interpretación en 2004. Desde entonces se ha dedicado a otras dos pasiones, una es la pintura (pero

miércoles, 18 de diciembre de 2019

El irlandés.

  <p>Fotograma de El irlandés.</p>
El Irlandés.

Sobre ‘El irlandés’ y lo que pesa el silencio

Frente a las acusaciones de “machismo”, habría que preguntarse si Scorsese no ha sido un cronista del derrumbe de las masculinidades tradicionales
Lena Woodhouse 
Hace cosa de dos semanas publiqué un hilo en Twitter analizando El Irlandés (The Irishman, Martin Scorsese, 2019) en clave queer. A medio camino entre la gamberrada y el trabajo semiótico, la cosa funcionó y se hizo viral –sabrán perdonarme el palabro– precisamente porque mi interpretación había movilizado a una parte de sus lectoras en una relación de la que casi nadie habla: la manera en la que la película muestra cosas –su posición de cámara, su encuadre, su montaje– y la manera en la que esas cosas generan afectos y efectos en cada una de nosotras.
Cuando era niña, en mi pequeño pueblo extremeño, los curas tenían un cinefórum los sábados por la mañana donde nos pasaban a la chiquillería las cosas más peregrinas: cristos de Zeffirelli, comedias de Capra, santos de Rossellini. Luego daban siempre un discurso muy aleccionante, hablando de palabras como “valores” o “familia”, pero jamás se molestaron en ver lo que realmente ocurría dentro de la película. Era muy sencillo: si el mensaje les daba la razón –a ser posible, de manera directa y sin mucha sutileza–  era una película recomendable. Nosotras querríamos haber visto La última tentación de Cristo (The last temptation of Christ, 1988), que fue –creo–  mi primer contacto con el cine de Scorsese. Nuestras hermanas mayores bajaban a Cáceres y venían escandalizadas y asombradas.
El contraplano de El irlandés no es tanto, como se viene diciendo, el cine de mafiosos tradicional, sino precisamente La última tentación de Cristo. La posibilidad de tener que dar un paso lateral para reescribir un mito canónico incorporando, a pesar de sus sacrosantos guardianes, variables como el deseo, la frustración sentimental, las miradas furtivas. Frente a las acusaciones –inevitablemente planas, sin apenas matices– acerca del “machismo” del cine de Scorsese, sería necesario plantearse si, muy al contrario, Scorsese no ha sido un cronista del derrumbe de las masculinidades tradicionales.
Por poner algunos ejemplos rápidos, tanto Taxi Driver (1976) como Al límite (1999) se plantean el sentido y los límites del acto ético en un mundo en el que las fundamentaciones teológicas se han desmoronado. El lobo de Wall Street (2013) explora cómo aquellas estructuras sociales clásicas del catolicismo –la “familia”, la “comunidad”– se someten a un proceso de putrefacción al tomar contacto con los elementos más salvajes del capital.
Reconozco que no me gusta la palabra señoro, igual que no me gusta la palabra feminazi. Es una palabra que pone en el centro la diferencia sexual como agresión y que, por lo tanto, deforma inmediatamente a nuestro enemigo como algo que no merece la pena ser pensado ni escuchado. Si se asoman a las imágenes de El Irlandés, verán que –al contrario de lo que ocurría en Uno de los nuestros o en Casino– lo que hay es un mundo grisáceo, monstruoso, un mundo en el que no hay absolutamente nada que celebrar, nada señorial, nada celebrativo de las viejas masculinidades.
Y además me atrevería a añadir que si pedimos a nuestros compañeros que asuman como propia la herida del género, si ellos aceptan pensar las llamadas “nuevas masculinidades”, o si deciden, con nosotras, que la herencia masculina heredada es un desastre que exige una urgentísima reelaboración, ¿cómo podemos negar un cine que pone en crisis, precisamente, esos modelos canónicos de lo que ha implicado “ser hombre”? Vuelvo al punto de partida: me resulta improbable que cualquier espectadora medianamente crítica no detecte en El irlandés una demolición amarga de las grandes gestas épicas basadas en el crimen, en la identidad de la patria, en la palabra masculina, en esa camaradería en la que las alteridades son, simple y llanamente, silenciadas o exterminadas.
Sobre Peggy
Si bien mi hilo de Twitter era apresurado y tenía algunos errores, creo que daba en el clavo en lo tocante a Peggy, la hija del protagonista. Se puede estar más o menos de acuerdo con la lectura queer de la relación entre personajes principales: una buena nómina de votantes de Vox me ha escrito para demostrarme, con indudable camaradería y espíritu constructivo que soy “una puta loca” por “meter mis ideas” dentro de la película. Sin embargo, todo sea dicho, ninguno me ha mandado un único plano que desmienta lo que toca a la posible y plausible relación homosexual que, apunté, existe en la cinta.

El personaje de Peggy, al contrario, es más delicado en tanto parece haber enfurecido incluso a algunas críticas de renombre que han confundido apresuradamente el número de líneas de diálogo con la importancia que un personaje tiene en una película. Basta con recordar el ejemplo clásico que desmonta dicha conexión: en Rebecca (Alfred Hitchcock, 1940), la mujer que incluso da nombre a la película no comparece en ningún momento del metraje. Sin embargo, su importancia es tan definitiva que incluso muerta es convocada, recordada, temida, adorada. No importa que no tenga ni un plano ni una línea de diálogo, ella juega un papel clave en la película sin la que el resto de metraje no tendría sentido.
Que Peggy aparece en sordina prácticamente desde el inicio de El irlandés es indudable. Sin embargo, desde la primera escena en la que se introduce en el relato, su función es absolutamente cristalina.
Reencuadrada tras la puerta, fuera de foco, la Peggy que estudia no participa de los rituales familiares. Cuando la película señala una acción negativa –tirar algo en una tienda–, la distancia focal cambia y se centra en ella.
La película sugiere dos rumbos: o bien la hija participa del mal familiar o bien, como ocurrirá, es la excepción concreta a ese mal. Ese mismo plano continúa, se abre hacia la derecha y muestra a la madre en la cocina.
Frente al rol de la hija –que estudia, que escribe–, la madre es presentada incluso icónicamente como un cuerpo conservador, casi un arquetipo: cuida el hogar, cocina, nutre. Habla. Encuentra palabras para justificar lo que ocurre en casa. Lo interesante de la escena es que Peggy aprende una lección: posicionarse, confesar, plegarse al juego del padre implica inevitablemente desatar la violencia. De ahí la importancia radical de su silencio. Si observamos la siguiente escena, veremos que el acto de agresión está rodado en un único plano y también, además, un paneo lateral hacia la derecha.
Si leyéramos la escena con los códigos tradicionales, podríamos justificar esta decisión: un distanciamiento de la cámara de Scorsese que permite apartarse y tomar distancia al espectador, una suerte de posición moral para no “espectacularizar” el gesto violento… Todo bien, salvo que en mitad de la paliza, Scorsese introduce este otro plano rompiendo la continuidad.
El hecho de que el director nos obligue a mirar a esa niña, a descubrir el gesto de horror, marca la única línea ética que encontraremos en toda la película. Pronunciar una mala palabra –por ejemplo, confesar que el tendero de la esquina ha sido descortés– puede implicar una responsabilidad sobre el sufrimiento de otro ser humano. El lenguaje en El irlandés es tan definitivo que en la muerte de Hoffa apenas cinco palabras (It is what it is) desatan todo el clímax dramático. Y por extensión, ante el peso de esas cinco palabras, únicamente un personaje en todo el metraje tiene redaños para tomar una posición definitivamente ética.
Frente a la tautología con la que la mafia despliega su mal (Es lo que es), hay un personaje que abre una brecha. Y que, a su vez, utiliza su silencio como protección, pero también como elemento de agresión explícita. Si se dan cuenta, durante toda la primera parte de la cinta Peggy aprende a callar para protegerse de su padre. En la segunda mitad, será precisamente su silencio el que sirva como espejo, como disparo, como castigo. El padre desearía recibir de su hija una cierta absolución, una cierta paz. De ahí que se confiese, sin demasiada esperanza, como si cualquier palabra situada en cualquier altar pudiera poner orden en toda una vida. Pero un sacerdote, por mucho que se considere como vicario del Padre Definitivo en la tierra, no será jamás la víctima concreta, no encarnará jamás la profundidad del dolor provocado, y por lo tanto, a duras penas podrá otorgar una absolución estrictamente materialista.  Esto es, verdadera.
Hemos visto antes el primer plano de Peggy en el metraje. Veamos ahora el último.
Al igual que en su aparición inicial, Peggy está reencuadrada, situada al fondo de la escena. Sin embargo, ya no es una mancha fuera de foco iluminada lateralmente. Es un rostro agotado, tomando una decisión, negándose a seguir la directriz inicial, marcada. Su silencio es ahora hostil, afilado, es una afirmación de sí misma. Un cristal blindado protege su rostro del rostro de su padre. Puede, incluso, salir de escena por la derecha. Scorsese lo retratará todo en dos larguísimos planos sin acción narrativa: un primer plano de De Niro en el que se escribe de manera extraordinaria la desazón, la imposibilidad de una cura, y posteriormente, un plano general del banco en el que su cuerpo sale con dificultad hacia su propia muerte. Cercanía y lejanía, grandeza y aplastamiento, el protagonista ha quedado encerrado en su propia trampa: ha comprendido lo que pesa el silencio de una mujer.
Obviamente, esta manera de proceder puede no gustar a las espectadoras que exijan –como lo hacían los curas de mis visionados infantiles– un mensaje obvio, a ser posible verbalizado, una buena arenga. Una acción ideológica explícita, como lo eran, por ejemplo, aquellas resurrecciones con coros angelicales gracias a la gloria divina de mi infancia. Sin embargo, yo prefiero reivindicar también la complejidad, el gesto sutil, definitivo, el gesto de largo recorrido.
Hay que estar muy ciega para no darse cuenta de que Peggy cuando guarda silencio está, en realidad, gritándonos a nosotras.




3 comentario(s)

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Eduardo
El irlandés y Peggy ¿El miedo al Padre, termina en odio al Padre?...Aunque Lena Woodhouse exagera respecto a una homosexualidad latente en Frank Sheeran que se expresa en un deseo manifiesto hacia Jimmy Hoffa (el poder, el macho, el temperamento, el líder fuerte), acierta en su valoración de Peggy, la hija del gángster. Efectivamente es el muro de contención ético en la historia. Pero es un muro construído desde el miedo ante la violencia del padre y la sospecha (siempre) de lo que hace, fiel a un código familiar donde no se pregunta, aunque las evidencias y signos se acumulan. Porque el padre-proveedor, protege, cuida, asegura. Eso lo justifica, el padre ama de esa manera. Pero el padre-traidor, es el asesino que no repara incluso en liquidar al tío/amigo preferido de Peggy (Hoffa), el amor filial es el miedo transformado en dolor y el dolor en el rechazo abierto, la indiferencia total, la no existencia. Frank nunca expresa una vulnerabilidad ante las miradas o aisladas preguntas de Peggy. No vemos ninguna masculinidad en riesgo. Eso solo llega al final, en el ocaso de la vida, cuando se busca la paz y la reconciliación, lo cual hace más tolerable la soledad. El rechazo de Peggy y la distancia de sus otras hijas es violencia moral hacia al anciano atormentado, ya deja de ser un muro ético, puede incluso ser vesanía. Frank no admite su culpa, era el padre-proveedor-responsable, era su forma de amar a su familia. No fue un rol que buscase, es lo que encontró (¿suena conocido?). Creo que Lena Woodhouse llama "masculinidad" a una obligación moral. Sería muy ingenuo relacionarlo al oficio de pistolero a sueldo. Frank hasta el final cree que hizo lo correcto dentro de los códigos de la mafia y el círculo religioso que une a irlandeses e italianos, el catolicismo o sea la búsqueda de la salvación, sobre la base del perdón. Hay machismo latente y silente, en la medida que no previó el impacto emocional en sus hijas. En su búsqueda de perdón, una de ellas le increpa llorando"¿Nunca pensastes en lo que ello significaba para nosotras?"...pero ¿no tuvo Frank que demoler su propia emocionalidad para hacer lo que hizo, como padre-proveedor? El Irlandés conmueve porque muestra sujetos atrapados en jaulas cotidianas de la cual no pueden escapar, no pueden huir. Es la anulación completa de la libertad, es el sacrificio personal, pero lo más triste, es llegar al final, como testigo de una época que no sobrevive, que se desvanece... Peggy está allí, con su fría mirada, su rencor, su desprecio..ella no forma parte de todo eso. Si pudo ser libre. Su padre, no tuvo elección. EBL

 

sábado, 28 de septiembre de 2019

Mientras dure la guerra.

  
Miguel de Unamuno (con barba blanca), a la salida de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936.
Después de ver la película, magnífica, de Amenábar, me entran ganas de realizar reflexiones varias. Sobre la  película, el fondo, el tratamiento del tema, la figura de  Unamuno. No lo voy a hacer ahora, tendría que ponerme a ello con algo de calma y no espolvorear sin más argumentos en la pantalla. Y no lo voy a hacer hoy porque encontré una crítica en "El país" del controvertido crítico de cine Boyero, que me parece encomiable y redacta a la perfección   mucho de lo que podría decir de la película. Lo dejo aquí, no como enlace sino el texto en si porque me parece muy interesante. 
     Repetir que la película me gustó, que Amenábar me gusta mucho, me parece un director riguroso con ideología, sin sectarismo, que trata de transmitir sin frivolidad una carga racional y emotiva al espectador en la que no le resuelve dudas, al contrario, tanto en  Ágora como en esta película sales con ganas de pensar, razonar, entender .... y eso es mucho mérito de un director de cine, a mi entender. 

Complejo y veraz retrato de una España sombría

'Mientras dure la guerra' me parece una buena, contenida y también arriesgada película, narrada con cerebro y corazón


Vivimos o malvivimos una época en la que la palabra o el concepto, o lo que sea, denominado España se repite hasta el hartazgo o la náusea entre los políticos, exaltándola en el caso de tantos patriotas profesionales y aficionados ("todos gritan 'Arriba España' y se creerán que dicen algo", comenta el sarcástico Unamuno) o abominando de ella entre los independentistas, en el fondo tan parecidos como todos los temibles nacionalismos. Imagino que ha sido una de las razones para que Alejandro Amenábar, un director tan imprevisible como sólido, que hace en cada momento las películas que le da la gana, nada preocupado por eso tan trascendente y enfático de alardear de universo propio y un sello de la casa, se haya planteado crear Mientras dure la guerra, retrocediendo hasta 1936 para hablar de un infierno perpetrado por las dos Españas, en nombre de Dios, la patria, el fascismo, el rojerío, la hostia en verso.
Se sitúa en una Salamanca tomada por los feroces sublevados contra una República imperfecta y caótica, pero legitimada por las urnas. En esa ciudad vive Miguel de Unamuno, un hombre tan inteligente como paradójico, frecuentemente insoportable, gruñón vocacional, siempre molesto para los alternativos poderes, convencido siempre de poseer la razón, secretamente tierno, respetado, temido y odiado. Fue desterrado a Fuerteventura por criticar al rey, amó a la República, pero se sintió traicionado por ella al ver las impunes barbaridades que se cometían en ella, fue tan ingenuo o tan estúpido como para creer en la buena voluntad de los sublevados, constató con espanto la carnicería que estaban ejerciendo con cualquiera que no pensara como ellos o juzgaran mínimamente sospechoso, atravesó una inmisericorde crisis de conciencia al plantearse si se había equivocado, se negó finalmente a ser utilizado por ellos, denunció su sinrazón y su salvajismo en un discurso memorable con el que se estaba jugando la vida.
Amenábar no solo hace un retrato poderoso de ese hombre contradictorio, corrosivo, desgarrado, dubitativo, sincero y honesto. También del taimado Franco y del volcánico Millán Astray. Con Franco, no comete el error de hacer una caricatura. Sería lo fácil con ese fulano de voz atiplada y expresividad tan limitada como ininteligible. Retrata a un hombre ambicioso y calculador, astuto y frío, pragmático y despiadado, con hambre de poder y capaz de todo tipo de maniobras para instalarse a perpetuidad en el trono. Y a un Millán Astray histriónico y colérico, enamorado de la acción hasta limites surrealistas y odiador del intelecto, excesivo en todo, orgulloso hasta el delirio de sus múltiples cicatrices de guerra y de su inquebrantable fidelidad a Franco, el líder que necesitaban los sublevados porque en su mesiánica relación había constatado que poseía el don más preciado, algo divino llamado suerte.
No existe grandilocuencia ni maniqueísmo en el planteamiento y el desarrollo de esta historia trágica. Tampoco está forzada la emoción. La sobriedad que muestra Amenábar está muy pensada. También hay cosas que me molestan o me parecen innecesarias, como los repetidos flashback y sueños (es complicado que eso funcione) mostrando la felicidad conyugal de ese Unamuno que pocas veces conoció la paz y la plenitud, al lado de esa mujer que él define con romántica y enamorada añoranza como “mi costumbre”, algo que puede parecer prosaico. También me sobran algunos momentos e interpretaciones que desprenden cierta teatralidad. Creo que Karra Elejalde hace una composición notable mostrando el anverso y el reverso, los numerosos matices de una persona tan complicada. Y está brillante y veraz, como casi siempre Eduard Fernández, un actor que llena la pantalla, inquieta, te lo crees. Mientras dure la guerra me parece una buena, contenida y también arriesgada película, narrada con cerebro y corazón. Ignoro cuánto público la espera y si van a conectar con ella. Ojalá que le vaya bien. Las películas de Amenábar me pueden gustar más o menos, pero su actitud y su personalidad siempre me merecen respeto.

      Más información sobre la película. 

viernes, 28 de octubre de 2016

El secreto de sus ojos - Escena del juez cabreado



  De la magnífica película oscarizada "el secreto de sus ojos", esta escena del juez cabreado es  única , plena , hipnotizante y llena de humor y sátira. El cine argentino con esa lentitud, paseo tranquilo por la imagen y el cuidado de los personajes tiene una personalidad única en la que el lenguaje argentino brilla como algo esencial del film. Esta escena es para ver y ver a este juez con pinta de chulo norteño, indolente, mordaz que se escucha asimismo y se regodea en sus  barrocas sonoras palabras a la vez que fustiga al personaje del funcionario Ricardo Darín que lucha entre el amor a su jefa y el cumplir con el gran deber del vocacional funcionario de justicia que se rebela ante la gran injusticia de la corrupción judicial.



.....YO TENGO QUE INTERPRETAR QUE VD. NO ME OYO SINO QUE SE CAGA  ENLA ORDEN QUE YO LE DI.

.....ESO SIGNIFICA QUE LO QUE YO DIGO NO VALE UNA REVERENDA MIERRRDA.
....TAL PARECE QUE YO NO SOY UN JUEZ SINO UN REVERENDO BOLUDO....PORQUE YO DIGO QUE HAGAN A Y ACÁ HACEN Z.......