Después de ver la película, magnífica, de Amenábar, me entran ganas de realizar reflexiones varias. Sobre la película, el fondo, el tratamiento del tema, la figura de Unamuno. No lo voy a hacer ahora, tendría que ponerme a ello con algo de calma y no espolvorear sin más argumentos en la pantalla. Y no lo voy a hacer hoy porque encontré una crítica en "El país" del controvertido crítico de cine Boyero, que me parece encomiable y redacta a la perfección mucho de lo que podría decir de la película. Lo dejo aquí, no como enlace sino el texto en si porque me parece muy interesante.
Repetir que la película me gustó, que Amenábar me gusta mucho, me parece un director riguroso con ideología, sin sectarismo, que trata de transmitir sin frivolidad una carga racional y emotiva al espectador en la que no le resuelve dudas, al contrario, tanto en Ágora como en esta película sales con ganas de pensar, razonar, entender .... y eso es mucho mérito de un director de cine, a mi entender.
Complejo y veraz retrato de una España sombría
'Mientras dure la guerra' me parece una buena, contenida y también arriesgada película, narrada con cerebro y corazón
Vivimos o malvivimos una época en la que la palabra o el concepto, o
lo que sea, denominado España se repite hasta el hartazgo o la náusea
entre los políticos, exaltándola en el caso de tantos patriotas
profesionales y aficionados ("todos gritan 'Arriba España' y se creerán
que dicen algo", comenta el sarcástico Unamuno) o abominando de ella
entre los independentistas, en el fondo tan parecidos como todos los
temibles nacionalismos. Imagino que ha sido una de las razones para que Alejandro Amenábar,
un director tan imprevisible como sólido, que hace en cada momento las
películas que le da la gana, nada preocupado por eso tan trascendente y
enfático de alardear de universo propio y un sello de la casa, se haya planteado crear Mientras dure la guerra,
retrocediendo hasta 1936 para hablar de un infierno perpetrado por las
dos Españas, en nombre de Dios, la patria, el fascismo, el rojerío, la
hostia en verso.
Se
sitúa en una Salamanca tomada por los feroces sublevados contra una
República imperfecta y caótica, pero legitimada por las urnas. En esa
ciudad vive Miguel de Unamuno,
un hombre tan inteligente como paradójico, frecuentemente insoportable,
gruñón vocacional, siempre molesto para los alternativos poderes,
convencido siempre de poseer la razón, secretamente tierno, respetado,
temido y odiado. Fue desterrado a Fuerteventura por criticar al rey, amó
a la República, pero se sintió traicionado por ella al ver las impunes
barbaridades que se cometían en ella, fue tan ingenuo o tan estúpido
como para creer en la buena voluntad de los sublevados, constató con
espanto la carnicería que estaban ejerciendo con cualquiera que no
pensara como ellos o juzgaran mínimamente sospechoso, atravesó una
inmisericorde crisis de conciencia al plantearse si se había equivocado,
se negó finalmente a ser utilizado por ellos, denunció su sinrazón y su
salvajismo en un discurso memorable con el que se estaba jugando la
vida.
Amenábar no solo hace un retrato poderoso de ese hombre
contradictorio, corrosivo, desgarrado, dubitativo, sincero y honesto.
También del taimado Franco y del volcánico Millán Astray. Con Franco, no
comete el error de hacer una caricatura. Sería lo fácil con ese fulano
de voz atiplada y expresividad tan limitada como ininteligible. Retrata a
un hombre ambicioso y calculador, astuto y frío, pragmático y
despiadado, con hambre de poder y capaz de todo tipo de maniobras para
instalarse a perpetuidad en el trono. Y a un Millán Astray histriónico y
colérico, enamorado de la acción hasta limites surrealistas y odiador
del intelecto, excesivo en todo, orgulloso hasta el delirio de sus
múltiples cicatrices de guerra y de su inquebrantable fidelidad a
Franco, el líder que necesitaban los sublevados porque en su mesiánica
relación había constatado que poseía el don más preciado, algo divino
llamado suerte.
No existe grandilocuencia ni maniqueísmo en el planteamiento y el
desarrollo de esta historia trágica. Tampoco está forzada la emoción. La
sobriedad que muestra Amenábar está muy pensada. También hay cosas que
me molestan o me parecen innecesarias, como los repetidos flashback
y sueños (es complicado que eso funcione) mostrando la felicidad
conyugal de ese Unamuno que pocas veces conoció la paz y la plenitud, al
lado de esa mujer que él define con romántica y enamorada añoranza como
“mi costumbre”, algo que puede parecer prosaico. También me sobran
algunos momentos e interpretaciones que desprenden cierta teatralidad. Creo que Karra Elejalde hace una composición notable
mostrando el anverso y el reverso, los numerosos matices de una persona
tan complicada. Y está brillante y veraz, como casi siempre Eduard
Fernández, un actor que llena la pantalla, inquieta, te lo crees. Mientras dure la guerra
me parece una buena, contenida y también arriesgada película, narrada
con cerebro y corazón. Ignoro cuánto público la espera y si van a
conectar con ella. Ojalá que le vaya bien. Las películas de Amenábar me
pueden gustar más o menos, pero su actitud y su personalidad siempre me
merecen respeto.
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