Pensar la universidad desde las demandas de la sociedad es su gran oportunidad.
Las demandas internas, sin duda determinantes, no pueden ser el núcleo
del debate. Las soluciones a las disfunciones del sistema universitario
sólo adquieren sentido en la medida en que se enmarcan en un proceso de
transformación hacia una universidad al servicio de la comunidad. Es el
momento de poner en valor la universidad, y de hacerlo de una
manera calmada. Al margen de las urgencias partidistas. Tenemos la
oportunidad y la obligación de expandir los límites de la universidad
para contribuir a dar paso a la sociedad que viene.
El siglo XIX vio nacer un nuevo modelo de universidad edificada sobre las ruinas de una institución cada vez más irrelevante y esencialmente reaccionaria. Una revolución que le permitió desplazar a otras entidades para convertirse en el gran espacio de legitimación y difusión del saber. A lo largo de los dos últimos siglos, su contribución a la configuración de la sociedad ha sido determinante.
La construcción de las identidades nacionales, la segunda y tercera
revolución industrial, la implantación de la democracia, la codificación
y difusión de los derechos humanos, la globalización económica, o la
formación de los profesionales que apuntalaron primero al Estado y luego
al mercado, hubieran sido imposibles sin su participación.
La UNESCO en su “Declaración Mundial sobre la Educación Superior en el siglo XXI”
en 1998, ya advertía de «la necesidad de una nueva visión y un nuevo
modelo de la educación superior». Hoy en día, dicha necesidad se ha
convertido en una indiscutida prioridad política para la mayoría de los
países de la OCDE.
La sociedad del aprendizaje
sitúa a las universidades ante una situación paradójica. Por un lado,
reivindica su centralidad. De ahí, que resulte incuestionable la
necesidad de disponer de instituciones capaces tanto de garantizar el
acceso democrático al aprendizaje a lo largo de la vida, como de generar
conocimiento científico abierto. Instituciones capaces de contrarrestar
la incertidumbre que nos arrolla, en no pocas ocasiones, alentada para
propiciar la inevitabilidad de decisiones que ignoran, cuando no
desprecian, el bien común. Desde los valores de la universidad
es posible construir una alternativa a un mundo amenazado por la
arrogancia humana y el ansia de lucro ilimitado. “Don´t choose the extinction” implora Naciones Unidas.
Por otra parte, la institución universitaria se encuentra ante el urgente reto de transformarse. Transformarse para redefinir su relación con la sociedad.
La contribución de la Universidad a la integración lógica y moral que
supone la sociedad del aprendizaje pasa inevitablemente por profundos
cambios organizativos y funcionales.
Los desafíos a los que se enfrenta la universidad en esta transición afectan a aspectos esenciales, como son la emergencia de nuevos públicos que propician una universidad abierta, la disrupción de los nuevos espacios de aprendizaje que abocan a una universidad expandida, la imprevisibilidad de los nuevos requerimiento de aprendizaje que conducen hacia una universidad a la carta, los nuevos compromisos con la sociedad que promueven la universidad plataforma o los nuevos retos para la libertad académica que demandan una universidad diversa.
Universidad abierta.
Las preguntas, ¿quién puede aprender en la universidad?,
¿quién tiene derecho a saber?, siguen más vigente que nunca. En sus
respuestas se halla el modelo de convivencia al que aspira la sociedad. El cambio en los límites que definen el acceso a la universidad es un reto ineludible en la agenda universitaria.
Límites sociales: Es mucho lo que queda por hacer en relación con la justicia social en el acceso y admisión del estudiantado. En la política universitaria se echa en falta una atención específica a los jóvenes de entornos desfavorecidos,
a los trabajadores o a los que constituyen la primera generación de su
familia de universitarios. Algo parecido puede decirse en relación con
los jóvenes con diversidad o migrantes.
Límites laborales: La apertura al aprendizaje durante la vida, la atención a las necesidades urgentes de “reskilling” y “upskilling” de millones de trabajadores
en un momento de profunda transformación productiva apenas aparecen en
el radar universitario. Situación ésta en parte propiciada por un
sistema nacional de aprendizaje que no facilita la movilidad entre los
distintos ámbitos de aprendizaje.
Límites generacionales.
La “silver economy”, consecuencia de las sociedades longevas, origina
nuevas estrategias personales de aprendizaje en el marco del denominado
K60. Los ciclos de aprendizaje no entienden de jubilaciones. Ello constituye una oportunidad y una responsabilidad ineludible para la universidad.
Una universidad para jóvenes con dedicación exclusiva al estudio y
con una situación socioeconómica media o alta no responde a las actuales demandas sociales. Nuevos públicos llaman a la puerta de una universidad abierta.
Universidad expandida.
La respuesta a las preguntas ¿dónde está la Universidad?, ¿dónde
se puede aprender?, es todo menos obvia. El empoderamiento del
estudiantado, la disrupción tecnológica y la globalización conducen a la
universidad a revisitar sus límites.
Límites del campus. Los campus se transforman para atender a las nuevas exigencias del aprendizaje en una universidad distribuida.
Lo hacen, tanto hacia adentro, modificando los atributos de los
espacios tradicionales, el aula, la biblioteca, el laboratorio o los
lugares comunes; como hacia afuera, ampliando la experiencia universitaria en nuevos espacios, públicos o empresariales, que acercan el aprendizaje a la vida o a la experiencia laboral.
Límites institucionales. La individualidad se desdibuja para alumbrar la singularidad de la universidad en red.
La competencia de profesores y estudiantes se configura en las redes
formales e informales en las que participa la universidad. El perímetro
de una universidad lo define la extensión de su red.
Límites espaciales y temporales. El cuándo y el dónde tiene lugar la experiencia universitaria se diluyen en la universidad digital.
Todos los aprendizajes son híbridos en relación con las tecnologías de
las que se dispone en cada momento. El uso intensivo de las tecnologías
de la información es un elemento básico en cualquier proceso de
aprendizaje.
Límites territoriales. Los contornos nacionales desaparecen ante la emergencia de las universidades globales.
Las universidades legitimadas por los rankings internacionales compiten
de manera creciente con los sistemas universitarios locales por sus
estudiantes.
Límites profesionales. El cambio del mercado de trabajo elimina el monopolio en la habilitación de profesionales y reclama una universidad competente y competitiva.
Pensar dónde y cómo se produce el aprendizaje y el conocimiento nos
conduce a buscar aprender con corporaciones tecnológicas y empresas
multinacionales que pugnan por conseguir oportunidades de negocio e
influencia tradicionalmente reservadas a la universidad.
La universidad se reinventa fuera de la universidad.
Universidad a la carta
Las preguntas, ¿qué se aprende en la universidad?,
¿para qué sirven los títulos?, invitan a reflexionar sobre un mercado
laboral imprevisible, cada día menos sensible a los títulos oficiales,
que unido a la emergencia de nuevos públicos y espacios de aprendizaje
hace inevitable la reorganización de los límites de las enseñanzas
universitarias, desde la flexibilidad y el rigor.
Límites del propósito.
A los jóvenes de hoy no les satisface la universidad de ayer. Tienen un
poder para elegir dónde aprender inimaginable para generaciones
anteriores y quieren que su aprendizaje se adapte a las formas en las que en su vida acceden a la información.
Por un lado, se hace necesario el establecimiento de un marco que
facilite la plena incorporación del estudiantado en la determinación de
las competencias que adquiere en su relación con la universidad, así
como, el momento y la forma. Por otro lado, se hace urgente la mejora en la orientación laboral y una atención personalizada en el aprendizaje.
Límites de la acreditación. Son necesarios procedimientos que permitan el natural reconocimiento de las competencias y la experiencia adquiridas, dentro y fuera de universidad. Estos procedimientos demandan la previa concreción de los resultados de aprendizaje,
lo que abre las puertas a la revolución de las micro credenciales y a
la implantación de sistemas digitales, seguros, precisos y flexibles, de
certificación.
Límites de la educación.
Junto a la capacitación profesional, la universidad debe atender, tanto
el bienestar del estudiantado, en especial en los primeros años de vida
universitaria, como una visión humanística en su aprendizaje, así como la adquisición de competencias transversales, tan necesarias para el empleo, como para el ejercicio ciudadano.
La respuesta a la fluidez de las demandas sociales y laborales de
conocimiento debe ser una universidad a la carta que empodere con rigor y
flexibilidad al estudiantado.
La universidad plataforma.
¿De qué formas sirve la Universidad a su comunidad?,
¿quién puede colaborar con la universidad? Su respuesta está
rediseñando la relación entre la universidad y la sociedad. La
relevancia del conocimiento científico y el aprendizaje comprometido
están desbordando los límites de la influencia de la universidad en la
sociedad.
Límites en la función económica. Las ciudades con sistemas universitarios consolidados pugnan por una industria de la educación superior capaz atraer talento global y generar empleos de calidad.
De la misma manera, los responsables de las políticas regionales
vinculan cada vez más sus estrategias de desarrollo endógeno y de
impulso a la competitividad territorial a las externalidades que generan
las universidades.
Límites como referente político.
Resulta difícil rebatir que la soberanía nacional es imposible sin
soberanía tecnológica. Frente a la progresiva privatización del
conocimiento y la creciente manipulación con intencionalidad política de
la información, los Estados necesitan disponer de centros de investigación que respondan a intereses públicos.
Una ciencia abierta, regulatoria y ciudadana, así como la conciencia
crítica que representa la universidad, son esenciales para una sociedad
democrática, especialmente en un momento en el que la capacidad
cognitiva de los poderes públicos está desbordada por la innovación
tecnológica y financiera.
Límites como referente social.
La responsabilidad social y el aprendizaje activo sitúan a las
universidades como uno de los principales promotores de innovación
social en sus territorios. Los vínculos con su entorno, a través
de la atención a colectivos desfavorecidos, la extensión cultural o la
promoción del bienestar están estrechamente correlacionados con la
calidad de vida. Por otra parte, no podemos olvidar su
compromiso en tareas de cooperación al desarrollo. Nos acercamos a una
universidad plataforma, creada entre los actores sociales locales, en
conexión con otras plataformas nacionales o internacionales.
La universidad diversa. ¿Cuál es el ámbito
propio de la autonomía universitaria?, ¿cuán diversas pueden ser las
universidades? Preguntas críticas en tanto es el ejercicio de la
autonomía el que dota a la universidad de razón de ser. Los límites de
la autonomía configuran los límites ontológicos de la universidad.
Límites regulatorios y financieros. Son muchos los profesores que se manifiestan “bornout laboral” en su situación actual. Por otro lado, la precarización, un fenómeno que trasciende del sistema español, amenaza a los valores constitutivos de la universidad.
Una universidad precarizada carece de la autonomía que la justifica.
Desde la aprobación de la Ley de Reforma Universitaria, en el año 1983,
la política universitaria ha estado dominada por la desconfianza en la
gestión de las universidades, de manera paralela a la falta de
programación y la progresiva implantación de medidas de control.
Límites de actividad.
En un momento de alta especulación en el sector de la educación
superior conviene reflexionar sobre las condiciones que debe reunir una
institución para disfrutar de los privilegios de la autonomía
universitaria. En esta valoración no podemos olvidar las franquicias de
las universidades gestionadas a través de la pléyade de centros adscritos existentes.
Límites externos a la libertad académica.
Las agencias de calidad se han convertido en árbitros externos cuya
supervisión no sólo afecta a los procedimientos, sino también a ámbitos
de la libertad académica, como son las políticas de personal. Tampoco
podemos olvidar la tensión política partidista que se desplaza a las
universidades públicas, impulsando el debate sobre los límites de la neutralidad política.
Límites internos a la libertad académica. La autocensura académica y la búsqueda de corrección política
condicionan una vida académica convulsionada por la cultura de la
cancelación y el puritanismo “woke”. En otra dirección, la derecha
alternativa impulsa la educación patriótica y promueve la desconfianza
sobre el valor y los valores de la actividad universitaria.
La uniformidad es incompatible con la noción de universidad. La
universidad adquiere sentido desde la libertad académica, y por lo tanto
desde la diversidad. Libertad garantizada frente a los poderes públicos
o institucionales por la autonomía universitaria. Sin autonomía no hay
universidad.
Conclusiones
-La universidad reproductiva
ve como sus límites se contraen en la sociedad del aprendizaje, que sin
embargo reivindica la universidad como un nodo privilegiado de
transformación social. Un espacio protegido en torno a la libertad
académica, capaz de generar un contrapeso a la cultura de la disrupción permanente y la inevitabilidad en la gestión de la incertidumbre. Cultura impulsada por entidades monopolistas del conocimiento científico sobre el que soportan una capacidad de innovación tecnológica desbordante.
Sólo a través de una libertad académica robusta y socialmente considerada, que legitime una financiación adecuada, la universidad podrá incidir de manera efectiva en el bienestar y en la prosperidad de los ciudadanos, así como contribuir a calmar las disrupciones acríticas.
La sindemia propiciada por la COVID19 ha contribuido a hacer más
visibles las contradicciones acumuladas en las últimas décadas. La
urgencia y la inevitabilidad son los argumentos dominantes en las
propuestas que ocupan los discursos políticos. Sin embargo, la situación actual ofrece la oportunidad de transformar los sistemas educativos y científicos para mejorar su implicación en la consecución de la justicia social y medioambiental en el siglo XXI.
La universidad post COVID
demanda actuaciones implementadas de arriba hacia abajo, mediante un
nuevo marco regulatorio a la altura de los desafíos, y de abajo hacia
arriba, contando con el compromiso de la comunidad universitaria y de
sus stakeholders, en un proceso que lleve a concretar las intervenciones
en cada sistema universitario y en cada universidad. Pensar la universidad desde las demandas de la sociedad es su gran oportunidad.
Las demandas internas, sin duda determinantes, no pueden ser el núcleo
del debate. Las soluciones a las disfunciones del sistema universitario
sólo adquieren sentido en la medida en que se enmarcan en un proceso de
transformación hacia una universidad al servicio de la comunidad. Es el
momento de poner en valor la universidad, y de hacerlo de una
manera calmada. Al margen de las urgencias partidistas. Tenemos la
oportunidad y la obligación de expandir los límites de la universidad
para contribuir a dar paso a la sociedad que viene.