domingo, 29 de diciembre de 2019
Faladoiro ( lugar no que se murmura)
Duas noticias e un so pensamento.
El gallego se pierde, alerta linguistíca. En el País área de educación dicen cosas como estas. Todos alertando pero parece que se va a ahogar.
O abandono do rural un feito.
Gustou-me esta reflexión optimista.
sábado, 28 de diciembre de 2019
Faladoiro ( lugar no que se murmura)
1) Las cláusulas secretas del acuerdo progresista del nuevo Gobierno
2) Las élites non están interesadas en cambiar la sociedad.
El Pais.
Rob Riemen (Países Bajos, 1962) arroja en el ensayo Para combatir esta era
El ensayista Rob Riemen advierte de los peligros contemporáneos y propone algunas recetas para superarlos: la cultura y la nobleza de espíritu.
La democracia nunca puede darse por sentada, como tampoco nuestra salud. Hay que trabajar en ella.
Bruselas nunca aceptará una Cataluña independiente por varias y buenas razones, entre ellas, que se arrepienten de lo que pasó en Yugoslavia. No podemos organizar una Unión de 26 países, así que nunca funcionaría una con 60. La diversidad es el problema y la riqueza de Europa, pero si esto se convierte en algo tribal será un veneno. Creo que mientras sigamos cultivando el Estado-nación como el modelo final, la UE seguirá destruyéndose.
La idea de cultivar lo mejor de las personas siempre ha sido responsabilidad de los poetas, de los filósofos, de los escribas, y el mundo del poder siempre ha tenido un problema con esto. Hoy en día las élites no están interesadas en cambiar la sociedad porque, si lo hacen, perderán su posición dominante inmediatamente. Lo mismo pasa en el sistema educativo, con una clase académica que se ha vuelto estúpida e incompetente. La clase política no está interesada en nosotros, las élites empresariales tampoco. Solo les importa que votes por ellos, que compres sus cosas y que te apuntes a su programa académico porque así pueden ganar dinero contigo. Las mejores mentes de nuestra generación están por ahí, pero la mayor parte del tiempo se encuentran aisladas, escribiendo libros que no van a ser publicados o poesía que nadie leerá. Se tienen que organizar de nuevo.
3)León pide la independencia de Castilla y reconvertir el reino histórico en comunidad autónoma
4) se che preguntan polo "reino astur-leonés" -
O REINO DE GALIZA: 711-910
jueves, 26 de diciembre de 2019
Tive a sorte de nascer num tempo em que pude ver o escuro e a madrugada.
Aproximava-se o Natal. Em casa cheirava a frio e a madeira nova. O móvel
parecia-me estranho. Era encerado. Uma espécie de cómoda oca. Seria um
bar daqueles kitsch? Já não me recordo. Tinha umas chaves. Lá dentro
estavam prendas. Apenas uma era minha. Na nossa casa estavam brinquedos
dados por camaradas na legalidade para as casas clandestinas em que
viviam crianças. Era membro de um comunidade embora não nos
conhecêssemos: as crianças das casas clandestinas. Hoje parece-me uma
quebra das regras de segurança, a distribuição de prendas. E não percebo
como chegaram os brinquedo a cada um de nós. Mas na altura isso
fazia-me sentir que não estávamos sozinhos.
Tinha a nítida sensação de pertencer a um grupo unido por regras de
fraternidade. Aqui estavam pessoas de muitas raças e países. Na Argélia
andava na escola francesa. Estudávamos lá argelinos e filhos dos
refugiados políticos. A guerra da independência tinha sido há poucos
anos. O sangue tinha corrido pelas ruas. Milhões tinham morrido nos
bombardeamentos dos franceses. A tortura durante a guerra tinha atingido
níveis nunca vistos. A FLN (Frente de Libertação Nacional Argelina)
tinha pedido aos militantes que tentassem aguentar sem falar três dias –
apenas três dias, para permitir mudar os contactos e resistir à
repressão. Depois da independência a cidade viveu um sonho estranho.
Lembro-me dos aromas das especiarias e do ruído das manifestações.
Também me ficou a recordação do fedor a excrementos nos elevadores dos
prédios abandonados pelos franceses e ocupados por argelinos que nunca
tinham vividos em prédios europeus. Mais tarde o meu pai e a minha mãe
contaram-me que uma noite tinham conhecido aquele que mais tarde seria
lembrando com o nome de Che. Já adolescente, interroguei o meu pai para
saber como ele era. Será que se vê o heroísmo nos heróis? O meu pai
insistiu que ele era sobretudo calado e tímido.
Eu frequentava uma escola de que só me lembro pelo cheiro a medo. Nos
intervalos brincávamos às guerras. Os professores franceses que ainda
restavam, quando nos apanhavam batiam–nos e ameaçavam-nos com cães. Os
meus pais descobriram que éramos espancados e confrontaram os
professores, que negaram terminantemente as agressões. Um dia, alguns de
nós montámos uma emboscada para apedrejar um dos agressores no meio da
confusão do pátio. Lembro-me que a minha pedra e de um amigo argelino
lhe acertou em cheio. Quando nos bateram a seguir quase não doeu. Anos
mais tarde, em França, numa casa de apoios de camaradas do PCF (Partido
Comunista Francês) em Paris, o meu pai comunicou-me que íamos entrar em
Portugal. Por causa dos “maus”, a PIDE, tinha de escolher um nome. Um
nome diferente do meu? Sim. Escolhi Sérgio. Passámos a fronteira por um
sítio que os meus pais me explicaram ser um grande jardim. Era de facto
grande. Caminhei até cair. O meu pai levou-me o resto do caminho às
costas. Acordei no dia seguinte a vomitar, numa pensão em Chaves, com um
daqueles lavatórios de ferro. Chegamos a Lisboa e arranjamos uma casa
clandestina. A minha mãe mobilou-a com todos os cuidados conspiratórios:
a maior parte da mobília na área social, para passarmos por uma família
normal. Gastou menos que o previsto, estava feliz. Mas mais tarde o
camarada responsável pelas casas criticou-a por ter gasto dinheiro num
esquentador. A minha mãe nunca conseguiu esquecer o facto, quando, anos
depois, voltámos para a legalidade e apoiávamos o aparelho clandestino.
Pediram uma lista de coisas à minha mãe. Leu-a e respondeu, dura: “Diz
ao fulano (o camarada com quem ela tinha discutido) que compro tudo
menos o esquentador.”
Tive a sorte de nascer num tempo em que pude ver o escuro e a madrugada.
Mesmo quando anoitece, sei que é possível ver o Sol nascer com uma
claridade que varre tudo ao seu redor, nem que se tenha de fixar a cara
de alguns e escolher uma pedra.
sábado, 21 de diciembre de 2019
La sentencia del TJUE y la inmunidad de Oriol Junqueras
Por si el panorama político español fuera poco complicado, ha llegado
la sentencia del TJUE pronunciándose sobre la inmunidad como
europarlamentario de Oriol Junqueras, a raíz de una cuestión prejudicial
planteada por el Tribunal Supremo español en el “juicio del procés”.
Conviene recordar, efectivamente, que fue el propio TS el que preguntó
al TJUE acerca del alcance de la inmunidad de los eurodiputados electos,
pese a que ni la Fiscalía ni la Abogacía del Estado lo consideraban
necesario.
Por tanto, el Tribunal Supremo ha actuado conforme a las reglas del
estado de Derecho al entender que (como finalmente ha ocurrido) podía
haber una interpretación diferente de la normativa europea y que era
necesario que el TJUE se pronunciara sobre si el mero hecho de ser
elegido al Parlamento europeo confería inmunidad o eran necesarios otros
requisitos adicionales a la elección previstos en la normativa nacional
que, en este caso, no se cumplían.
Recordemos en este punto que el propio TS no había permitido a
Junqueras salir de prisión siguiendo en este punto el criterio de la
Fiscalía (la Abogacía del Estado sostenía que sí había que permítirselo,
como ya había sucedido cuando fue elegido al Congreso de los Diputados
en las elecciones del 28 de abril) para acatar la Constitución como
requisito para acceder a la condición de eurodiputado.
Este requisito está recogido en la legislación nacional, en concreto
en el artículo 224 de la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del
Régimen Electoral General: “1. La Junta Electoral Central procede”, no
más tarde del vigésimo día posterior a las elecciones, al recuento de
los votos a nivel nacional, a la atribución de escaños correspondientes
a cada una de las candidaturas y a la proclamación de electos. 2. En el
plazo de cinco días desde su proclamación, los candidatos electos
deberán jurar o prometer acatamiento a la Constitución ante la Junta
Electoral Central. Transcurrido dicho plazo, la Junta Electoral Central
declarará vacantes los escaños correspondientes a los Diputados del
Parlamento Europeo que no hubieran acatado la Constitución y suspendidas
todas las prerrogativas que les pudieran corresponder por razón de su
cargo, todo ello hasta que se produzca dicho acatamiento.”
Hay que reseñar que el TS justificaba su decisión de no dejar salir a
Junqueras del centro penitenciario en la necesidad de preservar los
fines del proceso penal principal, que, a su juicio, correrían peligro
irreversible si se le autorizara a abandonar el territorio español para
acudir a la primera sesión del Parlamento europeo. (Esta sería la
diferencia fundamental con su elección al Congreso de los Diputados, en
los que sí se le permitió acudir al Congreso porque no requería
trasladarse fuera del territorio español).
En este contexto, mediante sus tres cuestiones prejudiciales, , el
Tribunal Supremo pregunta en esencia al TJUE “si el artículo 9 del
Protocolo sobre los privilegios y las inmunidades de la Unión debe
interpretarse en el sentido de que goza de inmunidad en virtud de dicho
artículo una persona que ha sido oficialmente proclamada electa al
Parlamento Europeo cuando se encontraba en situación de prisión
provisional en un proceso penal por delitos graves y que no ha sido
autorizada a cumplir ciertos requisitos previstos por el Derecho interno
tras la proclamación ni a desplazarse al Parlamento Europeo para
participar en su primera sesión. En caso de respuesta afirmativa, el
Tribunal Supremo preguntaba si esta inmunidad implica el levantamiento
de la medida de prisión provisional impuesta, al objeto de permitir al
interesado desplazarse al Parlamento Europeo y cumplir allí las
formalidades requeridas.”
Pues, bien, el TJUE concluye -a nuestro juicio acertadamente por ser
la interpretación más garantista- que el artículo 9 del Protocolo sobre
los privilegios y las inmunidades de la Unión Europea debe interpretarse
en el sentido de que se goza de inmunidad una vez que una persona ha
sido oficialmente proclamada electa al Parlamento Europeo, aunque no se
hayan cumplido los requisitos previstos por el Derecho interno tras la
proclamación ni haya podido desplazarse al Parlamento Europeo para
participar en su primera sesión, dando primacía así a las garantías
establecidas en dicho precepto para la protección del buen
funcionamiento y de la independencia del Parlamento Europeo, porque es
de eso de lo que se trata.
Esta inmunidad supone el levantamiento de la medida de prisión
provisional impuesta, al objeto de permitir al interesado desplazarse al
Parlamento Europeo y cumplir allí las formalidades requeridas. No
obstante, también señala el TJUE que si el órgano judicial competente
estima que debe mantenerse la medida de prisión provisional ha de
solicitar a la mayor brevedad al Parlamento Europeo que suspenda dicha
inmunidad, conforme al artículo 9, párrafo tercero, del mismo
Protocolo.
inmunidad, conforme al artículo 9, párrafo tercero, del mismo
Protocolo.
Hasta aquí la sentencia del TJUE de 19 de diciembre de 2019 que
resuelve una cuestión sin duda muy relevante desde el punto de vista de
la democracia representativa en un sentido que parece razonable para su
adecuada protección.
Otra cosa son las consecuencias políticas que pueda tener en pleno
proceso de negociación del Gobierno de España con ERC -si no existiese
dicha negociación la trascendencia de esta sentencia sería menor desde
el punto de vista político- no es culpa del TJUE el que estemos donde
estamos respecto a la constitución del Gobierno. Tampoco dice el TJUE
que haya que excarcelar a Junqueras ni que otorgarle un indulto, ni
mandarle mañana al Parlamento europeo. Lo que hace es sencillamente lo
que haría cualquier tribunal nacional o internacional: interpretar las
normas existentes, en este caso las del Derecho Europeo.
En este sentido, conviene insistir en que esas son las reglas del
juego y que no hay ninguna injerencia en el Derecho nacional ni ninguna
desautorización del Tribunal Supremo, por mucho que griten los ultras de
uno y otro lado. Las cuestiones prejudiciales se plantean precisamente
para esto. Pensar que porque una cuestión prejudicial se resuelva en un
sentido u otro, o el TJUE o el TEDH dicte una sentencia estimatoria o
desestimatoria en el ámbito de su jurisdicción se cuestiona el Estado de
Derecho español o hay una injerencia en cuestiones internas es
desconocer que esto pasa todos los días (afortunadamente porque disponer
de una instancia más no viene nada mal).Que una sentencia sea revocada o
una doctrina judicial revisada es habitual y nadie piensa por ello que
se hunden los cimientos de nuestro ordenamiento jurídico (por mucho que
a los abogados que pierden les moleste, lo que es muy comprensible).
Pero además el 14 de octubre de 2019, el Tribunal Supremo dictó
sentencia en el juicio del procés condenando a Oriol Jnqueras a una
pena de trece años de prisión y, por otro, a una pena de trece años de
inhabilitación absoluta, con la consiguiente privación definitiva de
todos sus honores, empleos y cargos públicos, aunque sean electivos, e
incapacidad para obtener o ejercer otros nuevos, por lo que queda por
ver cuales son los efectos prácticos de esta sentencia, una vez que ha
terminado la prisión provisional. Corresponderá al Tribunal Supremo
dilucidar esta cuestión pero de lo que estamos seguros es que lo hará
conforme a las reglas del Estado de Derecho. Que pueden gustarnos más o
menos, pero que tienen dos ventajas: ser iguales para todos y poder
cambiarse por los procedimientos legalmente establecidos si nos parece
que no responden a las necesidades de la sociedad.
La sentencia del TJUE puede consultarse aquí Fonte. Blog Hhay Derecho.
Comentario al repecto. Hay que sacar de la cárcel a Junqueras.
El TJUE no ha dicho que haya que excarcelar a Junqueras, pero se sobreentiende: Ha dicho que Junqueras tiene inmunidad…. Y ha recordado que eso implica que no puede estar bajo prisión provisional (la nombra el TJUE porque es la situación en que estaba Junqueras cuando se preguntó al TJUE) si no se le ha retirado la inmunidad mediante un suplicatorio.
La situación tras la “condena” es que está en prisión, pero Junqueras no ha sido realmente inhabilitado (así lo decidió el TS en una resolución del 30 de octubre: ver, por ejemplo: https://www.eldiario.es/catalunya/politica/Supremo-inhabilitacion-Junqueras-pronuncie-inmunidad_0_961004836.html ), por lo que es obvio que Junqueras sigue siendo Europarlamentario con su inmunidad intacta. Y esa inmunidad garantiza que no pueda ser detenido (salvo delito flagrante)… Así que, según la ley, mientras no se pida y resuelva suplicatorio, Junqueras no puede estar en prisión (ni provisional ni de ningún tipo).
Obviamente el TS “presuntamente” sigue sin respetar la inmunidad parlamentaria de Junqueras, así que le mantiene preso en contra de lo que dice la ley que cabe aplicar… y esa es la demostración de que estamos ante un preso político en un país que pretende hacerse pasar como un “Estado de Derecho”.
NOTA: Hay que recordar que el TS “presuntamente” ya vulneró la inmunidad constitucional (artículo 71, básicamente la misma que la europea) de los parlamentarios y senador electos que mantuvo en prisión, así que este comportamiento no nos debería sorprender.
Respecto el panorama político español… Pues teniendo en cuenta que “presuntamente” estamos hablando de detención ilegal perpetrada con la “colaboración necesaria” de dos parlamentarios de Vox (recordemos que ambos eran acusación particular en el “proceso judicial” y pidieron prisión provisional también para quienes gozaban de inmunidad)… pues será interesante ver cómo se desarrollan los correspondientes suplicatorios… Aclaro que esto sería lo esperable si realmente se siguieran las reglas de un “estado de Derecho”.
Ampliado el día 26 de diciembre.
Perez Royo, lo ve como un caso de Habeas corpus, que implica la libertad de Junqueras, y un estado de detención ilegal.
miércoles, 18 de diciembre de 2019
El irlandés.
El Irlandés.
Sobre ‘El irlandés’ y lo que pesa el silencio
Frente a las acusaciones de “machismo”, habría que preguntarse si Scorsese no ha sido un cronista del derrumbe de las masculinidades tradicionales
Lena Woodhouse
Hace cosa de dos semanas publiqué un hilo en Twitter analizando El Irlandés (The Irishman, Martin Scorsese, 2019) en clave queer. A medio camino entre la gamberrada y el trabajo semiótico, la cosa funcionó y se hizo viral –sabrán perdonarme el palabro– precisamente porque mi interpretación había movilizado a una parte de sus lectoras en una relación de la que casi nadie habla: la manera en la que la película muestra cosas –su posición de cámara, su encuadre, su montaje– y la manera en la que esas cosas generan afectos y efectos en cada una de nosotras.
Cuando era niña, en mi pequeño pueblo extremeño, los curas tenían un cinefórum los sábados por la mañana donde nos pasaban a la chiquillería las cosas más peregrinas: cristos de Zeffirelli, comedias de Capra, santos de Rossellini. Luego daban siempre un discurso muy aleccionante, hablando de palabras como “valores” o “familia”, pero jamás se molestaron en ver lo que realmente ocurría dentro de la película. Era muy sencillo: si el mensaje les daba la razón –a ser posible, de manera directa y sin mucha sutileza– era una película recomendable. Nosotras querríamos haber visto La última tentación de Cristo (The last temptation of Christ, 1988), que fue –creo– mi primer contacto con el cine de Scorsese. Nuestras hermanas mayores bajaban a Cáceres y venían escandalizadas y asombradas.
El contraplano de El irlandés no es tanto, como se viene diciendo, el cine de mafiosos tradicional, sino precisamente La última tentación de Cristo. La posibilidad de tener que dar un paso lateral para reescribir un mito canónico incorporando, a pesar de sus sacrosantos guardianes, variables como el deseo, la frustración sentimental, las miradas furtivas. Frente a las acusaciones –inevitablemente planas, sin apenas matices– acerca del “machismo” del cine de Scorsese, sería necesario plantearse si, muy al contrario, Scorsese no ha sido un cronista del derrumbe de las masculinidades tradicionales.
Por poner algunos ejemplos rápidos, tanto Taxi Driver (1976) como Al límite (1999) se plantean el sentido y los límites del acto ético en un mundo en el que las fundamentaciones teológicas se han desmoronado. El lobo de Wall Street (2013) explora cómo aquellas estructuras sociales clásicas del catolicismo –la “familia”, la “comunidad”– se someten a un proceso de putrefacción al tomar contacto con los elementos más salvajes del capital.
Reconozco que no me gusta la palabra señoro, igual que no me gusta la palabra feminazi. Es una palabra que pone en el centro la diferencia sexual como agresión y que, por lo tanto, deforma inmediatamente a nuestro enemigo como algo que no merece la pena ser pensado ni escuchado. Si se asoman a las imágenes de El Irlandés, verán que –al contrario de lo que ocurría en Uno de los nuestros o en Casino– lo que hay es un mundo grisáceo, monstruoso, un mundo en el que no hay absolutamente nada que celebrar, nada señorial, nada celebrativo de las viejas masculinidades.
Y además me atrevería a añadir que si pedimos a nuestros compañeros que asuman como propia la herida del género, si ellos aceptan pensar las llamadas “nuevas masculinidades”, o si deciden, con nosotras, que la herencia masculina heredada es un desastre que exige una urgentísima reelaboración, ¿cómo podemos negar un cine que pone en crisis, precisamente, esos modelos canónicos de lo que ha implicado “ser hombre”? Vuelvo al punto de partida: me resulta improbable que cualquier espectadora medianamente crítica no detecte en El irlandés una demolición amarga de las grandes gestas épicas basadas en el crimen, en la identidad de la patria, en la palabra masculina, en esa camaradería en la que las alteridades son, simple y llanamente, silenciadas o exterminadas.
Sobre Peggy
Si bien mi hilo de Twitter era apresurado y tenía algunos errores, creo que daba en el clavo en lo tocante a Peggy, la hija del protagonista. Se puede estar más o menos de acuerdo con la lectura queer de la relación entre personajes principales: una buena nómina de votantes de Vox me ha escrito para demostrarme, con indudable camaradería y espíritu constructivo que soy “una puta loca” por “meter mis ideas” dentro de la película. Sin embargo, todo sea dicho, ninguno me ha mandado un único plano que desmienta lo que toca a la posible y plausible relación homosexual que, apunté, existe en la cinta.
El personaje de Peggy, al contrario, es más delicado en tanto parece haber enfurecido incluso a algunas críticas de renombre que han confundido apresuradamente el número de líneas de diálogo con la importancia que un personaje tiene en una película. Basta con recordar el ejemplo clásico que desmonta dicha conexión: en Rebecca (Alfred Hitchcock, 1940), la mujer que incluso da nombre a la película no comparece en ningún momento del metraje. Sin embargo, su importancia es tan definitiva que incluso muerta es convocada, recordada, temida, adorada. No importa que no tenga ni un plano ni una línea de diálogo, ella juega un papel clave en la película sin la que el resto de metraje no tendría sentido.
Que Peggy aparece en sordina prácticamente desde el inicio de El irlandés es indudable. Sin embargo, desde la primera escena en la que se introduce en el relato, su función es absolutamente cristalina.
Reencuadrada tras la puerta, fuera de foco, la Peggy que estudia no participa de los rituales familiares. Cuando la película señala una acción negativa –tirar algo en una tienda–, la distancia focal cambia y se centra en ella.
La película sugiere dos rumbos: o bien la hija participa del mal familiar o bien, como ocurrirá, es la excepción concreta a ese mal. Ese mismo plano continúa, se abre hacia la derecha y muestra a la madre en la cocina.
Frente al rol de la hija –que estudia, que escribe–, la madre es presentada incluso icónicamente como un cuerpo conservador, casi un arquetipo: cuida el hogar, cocina, nutre. Habla. Encuentra palabras para justificar lo que ocurre en casa. Lo interesante de la escena es que Peggy aprende una lección: posicionarse, confesar, plegarse al juego del padre implica inevitablemente desatar la violencia. De ahí la importancia radical de su silencio. Si observamos la siguiente escena, veremos que el acto de agresión está rodado en un único plano y también, además, un paneo lateral hacia la derecha.
Si leyéramos la escena con los códigos tradicionales, podríamos justificar esta decisión: un distanciamiento de la cámara de Scorsese que permite apartarse y tomar distancia al espectador, una suerte de posición moral para no “espectacularizar” el gesto violento… Todo bien, salvo que en mitad de la paliza, Scorsese introduce este otro plano rompiendo la continuidad.
El hecho de que el director nos obligue a mirar a esa niña, a descubrir el gesto de horror, marca la única línea ética que encontraremos en toda la película. Pronunciar una mala palabra –por ejemplo, confesar que el tendero de la esquina ha sido descortés– puede implicar una responsabilidad sobre el sufrimiento de otro ser humano. El lenguaje en El irlandés es tan definitivo que en la muerte de Hoffa apenas cinco palabras (It is what it is) desatan todo el clímax dramático. Y por extensión, ante el peso de esas cinco palabras, únicamente un personaje en todo el metraje tiene redaños para tomar una posición definitivamente ética.
Frente a la tautología con la que la mafia despliega su mal (Es lo que es), hay un personaje que abre una brecha. Y que, a su vez, utiliza su silencio como protección, pero también como elemento de agresión explícita. Si se dan cuenta, durante toda la primera parte de la cinta Peggy aprende a callar para protegerse de su padre. En la segunda mitad, será precisamente su silencio el que sirva como espejo, como disparo, como castigo. El padre desearía recibir de su hija una cierta absolución, una cierta paz. De ahí que se confiese, sin demasiada esperanza, como si cualquier palabra situada en cualquier altar pudiera poner orden en toda una vida. Pero un sacerdote, por mucho que se considere como vicario del Padre Definitivo en la tierra, no será jamás la víctima concreta, no encarnará jamás la profundidad del dolor provocado, y por lo tanto, a duras penas podrá otorgar una absolución estrictamente materialista. Esto es, verdadera.
Hemos visto antes el primer plano de Peggy en el metraje. Veamos ahora el último.
Al igual que en su aparición inicial, Peggy está reencuadrada, situada al fondo de la escena. Sin embargo, ya no es una mancha fuera de foco iluminada lateralmente. Es un rostro agotado, tomando una decisión, negándose a seguir la directriz inicial, marcada. Su silencio es ahora hostil, afilado, es una afirmación de sí misma. Un cristal blindado protege su rostro del rostro de su padre. Puede, incluso, salir de escena por la derecha. Scorsese lo retratará todo en dos larguísimos planos sin acción narrativa: un primer plano de De Niro en el que se escribe de manera extraordinaria la desazón, la imposibilidad de una cura, y posteriormente, un plano general del banco en el que su cuerpo sale con dificultad hacia su propia muerte. Cercanía y lejanía, grandeza y aplastamiento, el protagonista ha quedado encerrado en su propia trampa: ha comprendido lo que pesa el silencio de una mujer.
Obviamente, esta manera de proceder puede no gustar a las espectadoras que exijan –como lo hacían los curas de mis visionados infantiles– un mensaje obvio, a ser posible verbalizado, una buena arenga. Una acción ideológica explícita, como lo eran, por ejemplo, aquellas resurrecciones con coros angelicales gracias a la gloria divina de mi infancia. Sin embargo, yo prefiero reivindicar también la complejidad, el gesto sutil, definitivo, el gesto de largo recorrido.
Hay que estar muy ciega para no darse cuenta de que Peggy cuando guarda silencio está, en realidad, gritándonos a nosotras.
Cuando era niña, en mi pequeño pueblo extremeño, los curas tenían un cinefórum los sábados por la mañana donde nos pasaban a la chiquillería las cosas más peregrinas: cristos de Zeffirelli, comedias de Capra, santos de Rossellini. Luego daban siempre un discurso muy aleccionante, hablando de palabras como “valores” o “familia”, pero jamás se molestaron en ver lo que realmente ocurría dentro de la película. Era muy sencillo: si el mensaje les daba la razón –a ser posible, de manera directa y sin mucha sutileza– era una película recomendable. Nosotras querríamos haber visto La última tentación de Cristo (The last temptation of Christ, 1988), que fue –creo– mi primer contacto con el cine de Scorsese. Nuestras hermanas mayores bajaban a Cáceres y venían escandalizadas y asombradas.
El contraplano de El irlandés no es tanto, como se viene diciendo, el cine de mafiosos tradicional, sino precisamente La última tentación de Cristo. La posibilidad de tener que dar un paso lateral para reescribir un mito canónico incorporando, a pesar de sus sacrosantos guardianes, variables como el deseo, la frustración sentimental, las miradas furtivas. Frente a las acusaciones –inevitablemente planas, sin apenas matices– acerca del “machismo” del cine de Scorsese, sería necesario plantearse si, muy al contrario, Scorsese no ha sido un cronista del derrumbe de las masculinidades tradicionales.
Por poner algunos ejemplos rápidos, tanto Taxi Driver (1976) como Al límite (1999) se plantean el sentido y los límites del acto ético en un mundo en el que las fundamentaciones teológicas se han desmoronado. El lobo de Wall Street (2013) explora cómo aquellas estructuras sociales clásicas del catolicismo –la “familia”, la “comunidad”– se someten a un proceso de putrefacción al tomar contacto con los elementos más salvajes del capital.
Reconozco que no me gusta la palabra señoro, igual que no me gusta la palabra feminazi. Es una palabra que pone en el centro la diferencia sexual como agresión y que, por lo tanto, deforma inmediatamente a nuestro enemigo como algo que no merece la pena ser pensado ni escuchado. Si se asoman a las imágenes de El Irlandés, verán que –al contrario de lo que ocurría en Uno de los nuestros o en Casino– lo que hay es un mundo grisáceo, monstruoso, un mundo en el que no hay absolutamente nada que celebrar, nada señorial, nada celebrativo de las viejas masculinidades.
Y además me atrevería a añadir que si pedimos a nuestros compañeros que asuman como propia la herida del género, si ellos aceptan pensar las llamadas “nuevas masculinidades”, o si deciden, con nosotras, que la herencia masculina heredada es un desastre que exige una urgentísima reelaboración, ¿cómo podemos negar un cine que pone en crisis, precisamente, esos modelos canónicos de lo que ha implicado “ser hombre”? Vuelvo al punto de partida: me resulta improbable que cualquier espectadora medianamente crítica no detecte en El irlandés una demolición amarga de las grandes gestas épicas basadas en el crimen, en la identidad de la patria, en la palabra masculina, en esa camaradería en la que las alteridades son, simple y llanamente, silenciadas o exterminadas.
Sobre Peggy
Si bien mi hilo de Twitter era apresurado y tenía algunos errores, creo que daba en el clavo en lo tocante a Peggy, la hija del protagonista. Se puede estar más o menos de acuerdo con la lectura queer de la relación entre personajes principales: una buena nómina de votantes de Vox me ha escrito para demostrarme, con indudable camaradería y espíritu constructivo que soy “una puta loca” por “meter mis ideas” dentro de la película. Sin embargo, todo sea dicho, ninguno me ha mandado un único plano que desmienta lo que toca a la posible y plausible relación homosexual que, apunté, existe en la cinta.
El personaje de Peggy, al contrario, es más delicado en tanto parece haber enfurecido incluso a algunas críticas de renombre que han confundido apresuradamente el número de líneas de diálogo con la importancia que un personaje tiene en una película. Basta con recordar el ejemplo clásico que desmonta dicha conexión: en Rebecca (Alfred Hitchcock, 1940), la mujer que incluso da nombre a la película no comparece en ningún momento del metraje. Sin embargo, su importancia es tan definitiva que incluso muerta es convocada, recordada, temida, adorada. No importa que no tenga ni un plano ni una línea de diálogo, ella juega un papel clave en la película sin la que el resto de metraje no tendría sentido.
Que Peggy aparece en sordina prácticamente desde el inicio de El irlandés es indudable. Sin embargo, desde la primera escena en la que se introduce en el relato, su función es absolutamente cristalina.
Reencuadrada tras la puerta, fuera de foco, la Peggy que estudia no participa de los rituales familiares. Cuando la película señala una acción negativa –tirar algo en una tienda–, la distancia focal cambia y se centra en ella.
La película sugiere dos rumbos: o bien la hija participa del mal familiar o bien, como ocurrirá, es la excepción concreta a ese mal. Ese mismo plano continúa, se abre hacia la derecha y muestra a la madre en la cocina.
Frente al rol de la hija –que estudia, que escribe–, la madre es presentada incluso icónicamente como un cuerpo conservador, casi un arquetipo: cuida el hogar, cocina, nutre. Habla. Encuentra palabras para justificar lo que ocurre en casa. Lo interesante de la escena es que Peggy aprende una lección: posicionarse, confesar, plegarse al juego del padre implica inevitablemente desatar la violencia. De ahí la importancia radical de su silencio. Si observamos la siguiente escena, veremos que el acto de agresión está rodado en un único plano y también, además, un paneo lateral hacia la derecha.
Si leyéramos la escena con los códigos tradicionales, podríamos justificar esta decisión: un distanciamiento de la cámara de Scorsese que permite apartarse y tomar distancia al espectador, una suerte de posición moral para no “espectacularizar” el gesto violento… Todo bien, salvo que en mitad de la paliza, Scorsese introduce este otro plano rompiendo la continuidad.
El hecho de que el director nos obligue a mirar a esa niña, a descubrir el gesto de horror, marca la única línea ética que encontraremos en toda la película. Pronunciar una mala palabra –por ejemplo, confesar que el tendero de la esquina ha sido descortés– puede implicar una responsabilidad sobre el sufrimiento de otro ser humano. El lenguaje en El irlandés es tan definitivo que en la muerte de Hoffa apenas cinco palabras (It is what it is) desatan todo el clímax dramático. Y por extensión, ante el peso de esas cinco palabras, únicamente un personaje en todo el metraje tiene redaños para tomar una posición definitivamente ética.
Frente a la tautología con la que la mafia despliega su mal (Es lo que es), hay un personaje que abre una brecha. Y que, a su vez, utiliza su silencio como protección, pero también como elemento de agresión explícita. Si se dan cuenta, durante toda la primera parte de la cinta Peggy aprende a callar para protegerse de su padre. En la segunda mitad, será precisamente su silencio el que sirva como espejo, como disparo, como castigo. El padre desearía recibir de su hija una cierta absolución, una cierta paz. De ahí que se confiese, sin demasiada esperanza, como si cualquier palabra situada en cualquier altar pudiera poner orden en toda una vida. Pero un sacerdote, por mucho que se considere como vicario del Padre Definitivo en la tierra, no será jamás la víctima concreta, no encarnará jamás la profundidad del dolor provocado, y por lo tanto, a duras penas podrá otorgar una absolución estrictamente materialista. Esto es, verdadera.
Hemos visto antes el primer plano de Peggy en el metraje. Veamos ahora el último.
Al igual que en su aparición inicial, Peggy está reencuadrada, situada al fondo de la escena. Sin embargo, ya no es una mancha fuera de foco iluminada lateralmente. Es un rostro agotado, tomando una decisión, negándose a seguir la directriz inicial, marcada. Su silencio es ahora hostil, afilado, es una afirmación de sí misma. Un cristal blindado protege su rostro del rostro de su padre. Puede, incluso, salir de escena por la derecha. Scorsese lo retratará todo en dos larguísimos planos sin acción narrativa: un primer plano de De Niro en el que se escribe de manera extraordinaria la desazón, la imposibilidad de una cura, y posteriormente, un plano general del banco en el que su cuerpo sale con dificultad hacia su propia muerte. Cercanía y lejanía, grandeza y aplastamiento, el protagonista ha quedado encerrado en su propia trampa: ha comprendido lo que pesa el silencio de una mujer.
Obviamente, esta manera de proceder puede no gustar a las espectadoras que exijan –como lo hacían los curas de mis visionados infantiles– un mensaje obvio, a ser posible verbalizado, una buena arenga. Una acción ideológica explícita, como lo eran, por ejemplo, aquellas resurrecciones con coros angelicales gracias a la gloria divina de mi infancia. Sin embargo, yo prefiero reivindicar también la complejidad, el gesto sutil, definitivo, el gesto de largo recorrido.
Hay que estar muy ciega para no darse cuenta de que Peggy cuando guarda silencio está, en realidad, gritándonos a nosotras.
3 comentario(s)
¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentarioEduardo
El irlandés y Peggy ¿El miedo al Padre, termina en odio al Padre?...Aunque Lena Woodhouse exagera respecto a una homosexualidad latente en Frank Sheeran que se expresa en un deseo manifiesto hacia Jimmy Hoffa (el poder, el macho, el temperamento, el líder fuerte), acierta en su valoración de Peggy, la hija del gángster. Efectivamente es el muro de contención ético en la historia. Pero es un muro construído desde el miedo ante la violencia del padre y la sospecha (siempre) de lo que hace, fiel a un código familiar donde no se pregunta, aunque las evidencias y signos se acumulan. Porque el padre-proveedor, protege, cuida, asegura. Eso lo justifica, el padre ama de esa manera. Pero el padre-traidor, es el asesino que no repara incluso en liquidar al tío/amigo preferido de Peggy (Hoffa), el amor filial es el miedo transformado en dolor y el dolor en el rechazo abierto, la indiferencia total, la no existencia. Frank nunca expresa una vulnerabilidad ante las miradas o aisladas preguntas de Peggy. No vemos ninguna masculinidad en riesgo. Eso solo llega al final, en el ocaso de la vida, cuando se busca la paz y la reconciliación, lo cual hace más tolerable la soledad. El rechazo de Peggy y la distancia de sus otras hijas es violencia moral hacia al anciano atormentado, ya deja de ser un muro ético, puede incluso ser vesanía. Frank no admite su culpa, era el padre-proveedor-responsable, era su forma de amar a su familia. No fue un rol que buscase, es lo que encontró (¿suena conocido?). Creo que Lena Woodhouse llama "masculinidad" a una obligación moral. Sería muy ingenuo relacionarlo al oficio de pistolero a sueldo. Frank hasta el final cree que hizo lo correcto dentro de los códigos de la mafia y el círculo religioso que une a irlandeses e italianos, el catolicismo o sea la búsqueda de la salvación, sobre la base del perdón. Hay machismo latente y silente, en la medida que no previó el impacto emocional en sus hijas. En su búsqueda de perdón, una de ellas le increpa llorando"¿Nunca pensastes en lo que ello significaba para nosotras?"...pero ¿no tuvo Frank que demoler su propia emocionalidad para hacer lo que hizo, como padre-proveedor? El Irlandés conmueve porque muestra sujetos atrapados en jaulas cotidianas de la cual no pueden escapar, no pueden huir. Es la anulación completa de la libertad, es el sacrificio personal, pero lo más triste, es llegar al final, como testigo de una época que no sobrevive, que se desvanece... Peggy está allí, con su fría mirada, su rencor, su desprecio..ella no forma parte de todo eso. Si pudo ser libre. Su padre, no tuvo elección. EBLdomingo, 8 de diciembre de 2019
A sorte dos galegos, a propósito das línguas.
A sorte dos galegos
Concordo con autor Marco Neves, que tanta empatiza cos temas da Galiza e da sua lingua. Derrama optimismo mesmamente nas suas apreciações. O caso é que os galegos sepam ver esta sorte, que realmente existe, e da que fala o autor. Podemos falarnos com milhões de falantes de Castelhano e com milhões de falantes de Português, se sabemos partilhar e misturar o nosso galego deturpado, além do castelhano que todos falamos bem.
Para um galego que ve que o seu idioma está a morrer, já seja de morte morrida ou de morte matada, numca saberemos, unha janela de optimismo é mesmo importante.
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