sábado, 30 de mayo de 2020

As relacións portugués/galego, a diglosia, o proceso de hibridación co español e as supostas palabras inventadas que non son tal.( Carlos Callón 2010)


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As bolachas e o pobo. Carlos Callón, ano 2010. 


....."Máis que a un andazo de lusofilia, este exemplo lémbrame a como se foron e van substituíndo determinadas palabras galegas por outras formas españolas que son totalmente desnecesarias. Son moitos os casos nos que convive o vocábulo do noso idioma co introducido a partir do castelán, mais especializando os usos de cada un de acordo cun esquema diglósico. Deste xeito, a forma xenuína fica reservada para o máis tradicional e primario, mentres a interferencia do español ten unha acepción unida ao mundo urbano e moderno. Así, hai quen fala das luras que se pescan e dos *calamares conxelados como se fosen especies diferentes, das billas dos bocois e dos *grifos da auga corrente, da corte das vacas e da *cuadra da equitación, da vasoira elaborada con xestas e da *escoba industrial, da randeeira feita á machada e do *columpio dos parques... E, en fin, das bolachas das romarías e das galletas de mil sabores e formas que se compran no supermercado. A distribución de funcións, con certeza, é un paso previo até a suplantación total da forma propia pola allea.

Haberá quen diga que ao usar lura, corte, billa, randeeira, vasoira ou bolacha se sente como se estivese a falar a través dun tradutor automático e que son termos artificiais, polo que nunca os utilizará, a non ser para os usos primarios antes sinalados. Haberá quen diga que son formas inventadas, que nunca existiron porque nuncas as ouviron ou nunca repararon nelas. Haberá quen diga que a maioría destas palabras son lusismos máis ou menos disimulados. Mais a verdade é que fan parte do tesouro do noso idioma e que podemos aspirar a restauralas para todas as funcións".
 



Juan Eslava Galán imparte su conferencia "Cristóbal Colón en el convento...

Faladoiro (lugar no que se murmura)

 

 

La degradación madrileña.   Ignacio Sánchez Cuenca. 

      Desde comienzos de siglo, Madrid ha experimentado un proceso de transfor­mación económica acelerada. Para que se hagan una idea, en el 2000 la renta per cápita de ­Madrid era el 121,7% de la media española, y la de Catalunya, el 133,8%; 18 años después, la de Madrid ya era la más alta de España, con el 136,2%, frente al 118,3% de Catalunya.
Madrid es hoy una capital globalizada, con unas infraestructuras envidiables; es la sede de la mayoría de las grandes empresas españolas y un foco de atracción para las multinacionales extranjeras. Además, por ser la capital, tiene la administración central y las principales instituciones del Estado.
Resulta curioso que la pujanza económica y la ventaja comparativa de la capital no hayan tenido las consecuencias que suele producir el crecimiento. Fijémonos, por ejemplo, en el sector de la educación. Aunque Madrid se sitúa en cabeza en renta per cápita, está en la cola de España en gasto público por alumno, sale en posiciones mediocres en el informe PISA y el sistema universitario madrileño aparece sistemáticamente por detrás del catalán en todos los rankings. Resultados similares se obtienen, por ejemplo, en sanidad: Madrid es la comunidad autónoma que menos invierte en salud por habitante, tras Andalucía.
      ¿Por qué el desarrollo económico no se ha traducido en mejores resultados sociales? La respuesta, evidentemente, está en la política. La región de Madrid se ha vuelto muy conservadora. Sus clases medias y medias altas llevan apoyando mayoritariamente las políticas neoliberales del PP desde 1995. La hegemonía de la derecha resulta indiscutible. Hubo tan solo un momento de peligro, en las elecciones autonómicas del 2003, cuando, en medio del desgaste del gobierno de Aznar, el PP perdió la mayoría absoluta, si bien consiguió mantenerse en el poder gracias a una trama de empresarios afines al partido que pusieron el dinero para comprar a dos diputados del PSOE. Desde entonces, el apoyo de los madrileños a la derecha ha sido abrumador, a pesar de una lista interminable de casos de corrupción (con numerosos altos cargos en la cárcel). La lista de los últimos presidentes autonómicos produce vergüenza ajena. Es difícil entender que una región tan avanzada como Madrid haya tenido al frente a Esperanza Aguirre, Ignacio González, Cristina Cifuentes, Ángel Garrido y, ahora, Isabel Díaz Ayuso, la discípula más aventajada del trumpismo en España: todos ellos han sido protagonistas de escándalos pintorescos.
     El derechismo de una mayoría de madrileños llama la atención incluso en términos comparados. Como ha señalado José Fernández Albertos, los partidos de la extrema derecha suelen obtener porcentajes bajos de voto en las grandes capitales europeas, bastiones del cosmopolitismo y el ecologismo, con la llamativa excepción de Madrid. Por ejemplo, en París, en la segunda ronda de las presidenciales del 2017, el apoyo al Frente Nacional se quedó en el 10,3%, frente al 33,9% en el conjunto de Francia; en Madrid, en cambio, en las elecciones generales de noviembre del 2019, un 16% del voto fue a parar a Vox (algo por encima del 15% en toda España).Estoy seguro de que hay factores de economía política que explican una parte del conservadurismo madrileño: los grandes suburbios de nuevas clases medias, el avance de la sanidad y la educación privadas, la aspiración de muchas familias del antiguo cinturón rojo de Madrid de beneficiarse de la economía globalizada madrileña, etcétera. No obstante, creo que es necesario tener en cuenta también factores culturales e ideológicos.
     
En este sentido, debe recordarse que Madrid cuenta con una prensa encanallada que envenena el debate público no sólo con sectarismo ideológico, sino, sobre todo, con ese estilo agresivo y faltón que cultivan tantos periodistas e intelectuales de la capital. Madrid ha acogido a escritores y académicos de todas partes de España a condición de que porfíen en su discurso rabiosamente españolista y renieguen de sus antiguas convicciones progresistas. En la red conservadora de fundaciones, universidades privadas y escuelas de negocios, encuentran todos ellos múltiples foros en los que promover la ideología y los valores de esta derecha que se ve a sí misma liberal y moderna.
Ese ambiente ha contribuido decisivamente a que las élites funcionariales (abogados del Estado, técnicos comerciales, diplomáticos, inspectores fiscales, jueces, fiscales, etcétera), las élites empresariales y la generación de los políticos que vivieron la transición se hayan enrocado en posiciones políticas cada vez más conservadoras y autocomplacientes.
El complemento cultural de ese conservadurismo político se manifiesta en el pijismo que caracteriza a buena parte de la burguesía madrileña, cuyo horizonte intelectual pasa por comentar los restaurantes de moda y los últimos viajes y compras en el extranjero.
      Con la seguridad y la arrogancia que produce el bienestar económico, el discurso dominante de la derecha madrileña establece que la capital representa la modernidad y la globalización, así como una España orgullosa, liberal, universalista, que no pregunta por el origen de sus ciudadanos, frente a una Catalunya consumida por su ensoñación independentista, cada vez más localista y ensimismada. Yo no sé cuántos artículos habré leído en la prensa madrileña, en la conservadora y en la liberal también, sobre la decadencia cultural de Barcelona.
      Sin entrar a dilucidar si el relato madrileño sobre Barcelona es certero o no, lo que sí puedo decir con cierto conocimiento de causa es que esa autoimagen pretendidamente liberal de Madrid es pura superchería. Madrid es hoy el epicentro de un nacionalismo español cateto y excluyente que construye su primacía sobre la negación de la diversidad y de los sentimientos nacionales diferentes. Ese pretendido liberalismo se retrae y convierte en intolerancia en cuanto surge un atisbo de alteridad cultural.
      Quisiera subrayar que hay muchos aspectos de la ciudad que me parecen admirables: su vitalidad bulliciosa, su diversidad, su hospitalidad. Incluso entiendo que se valore el exotismo de que una capital europea mantenga el estilo de vida pijo tan característico de Madrid. Pero me produce una mezcla de malestar y vergüenza que una capital con el poderío económico de Madrid haya desaprovechado las ventajas de su espectacular desarrollo, contentándose con unas instituciones carcomidas por la corrupción, unos servicios sociales deficientes y una esfera pública tóxica y de baja calidad.


Un artículo del New York Times alerta ante el auge de Vox y lo compara con el nazismo


 

domingo, 17 de mayo de 2020

E se a nossa língua estivesse a morrer?

    Marco Neves, comprendendo  e empatizando cos galegos. Poucos portugueses tenhem o conhecemento do que é a Galiza e a sua lingua. 

Peço ao leitor que imagine uma verdadeira catástrofe linguística em Portugal: o português é ainda a língua mais falada no país, mas há outro idioma a invadir as conversas. As gerações mais velhas falam, maioritariamente, português, mas os mais novos cada vez menos. Nas cidades, o outro idioma está espalhado por todo o lado e poucos conversam em português. Em muitas vilas, ouvimos português na boca dos adultos, mas as crianças já brincam na outra língua. Todos aprendem português na escola, mas usam-no cada vez menos. Pondo números à catástrofe: cerca de 70% dos falantes com mais de 70 anos falam português; mas entre as crianças até dez anos, apenas 20% usam a nossa língua. O que diríamos? Diríamos que a língua estava a caminhar para o desaparecimento. Quem se importasse com ela ficaria seriamente preocupado — não que a vida noutra língua não seja possível, claro está. Mas a nossa língua, a língua dos nossos avós, da nossa literatura estaria a desaparecer. Seria, de forma contida, algo triste. Seria uma perda cultural irreparável. Uma catástrofe cultural.
Ora, é isso mesmo que está a acontecer na Galiza: os números que acima referi são reais, mas referem-se ao uso do galego no próprio território onde é a língua própria — e oficial, em conjunto com o castelhano. Todos os galegos aprendem galego na escola. Mas, em casa, é muito habitual termos avós que conversam entre si em galego e netos que conversam entre si em castelhano. Todos sabem as duas línguas, mas o uso é muito diferente de geração para geração. Quem se preocupa com a língua galega, na Galiza, está inquieto. Mais do que inquieto!
O galego tem outro problema. Durante séculos, não foi oficial: só nos anos 80 do século XX se tornou língua oficial, apesar de sempre ter sido a língua da larguíssima maioria da população até então. Ora, na época em que passou a ser a língua da administração galega, havia duas correntes: alguns especialistas defendiam que o galego era uma língua separada de todas as outras e que deveria usar uma ortografia e uma norma que, nas suas escolhas, a aproximavam de certas opções do castelhano. Por exemplo, o uso do «ñ» e do «ll». Uma outra corrente defendia que o galego devia aproximar-se mais do português — afinal tanto o galego como o português descendem duma mesma língua medieval. Esta última corrente, chamada reintegracionismo, defende, no fundo, que o galego e o português são variantes da mesma língua. Um dos grandes defensores do reintegracionismo, nessa época, era o filólogo e escritor Ricardo Carvalho Calero. Carvalho: era mesmo assim que ele escrevia o seu nome nos últimos anos, com uma ortografia muito próxima da portuguesa. Neste vídeo, vemo-lo a defender o galego com um sotaque muito diferente do nosso, mas com palavras e frases que mostram bem como o galego está próximo do português (atente bem nas palavras, não nos sons):

Nos anos 80, acabou por vingar a perspectiva que defendia o galego como uma língua separada do português — embora mesmo nesta corrente o português sempre tenha sido visto, em teoria, como boa fonte de vocabulário. O reintegracionismo, no entanto, não morreu, mantendo-se como corrente minoritária. É possível encontrar livros publicados tanto na ortografia oficial (uma larga maioria) como na ortografia reintegracionista. A relação entre os dois campos foi tensa durante muito tempo. Uns e outros defendem o galego e o seu uso, mas têm ideias diferentes sobre como proteger a língua.
Ora, apesar da diminuição do uso, o galego enquanto língua de cultura e literatura é reconhecido todos os anos no importantíssimo Dia das Letras Galegas — que é sempre no dia 17 de Maio. Todos os anos é escolhido um escritor ou figura galega que sirva de tema para as comemorações oficiais. Durante o ano, a Televisão da Galiza, o Governo Galego e as várias instituições da região organizam exposições, documentários, programas e tudo o que for possível para divulgar a figura escolhida. Previsivelmente, as figuras escolhidas não costumam estar enquadradas no campo reintegracionista.
Até este ano. A Real Academia Galega, instituição que regula a norma oficial da língua — norma que não é reintegracionista — escolheu precisamente Ricardo Carvalho Calero como figura de 2020. Este parece ser um passo, entre outros, de aproximação dos dois campos. Todos reconhecem que o galego precisa de protecção especial. Ora, saber que, em galego, é possível comunicar com os muitos milhões de falantes de português ajuda a dar prestígio social à língua.
Em Portugal, pouco ou nada ouvimos falar destas questões galegas. E, no entanto, o galego — em qualquer uma das suas variantes — está muito, muito próximo do português (em especial do português popular do Norte). Ou bem que é a mesma língua ou a língua mais próxima da nossa.
A nossa língua ou a nossa língua-irmã está a desaparecer aqui bem perto, a norte da fronteira. O galego de hoje em dia descende da língua que falavam os primeiros portugueses — e os galegos de então, claro. Faz parte da nossa história. Encontramos por lá palavras tão portuguesas e tão esquecidas como «asinha» (que os galegos escrevem, muitas vezes, «axiña»). Os galegos usam os nossos artigos, muitos dos nossos verbos, têm uma sintaxe arrepiantemente próxima da nossa. Até têm, vejam bem, a «saudade», assim mesmo, escrita desta maneira (também têm a «morriña», porque nisto das palavras há sempre lugar para mais uma).
Por isso, digo: o Dia das Letras Galegas — principalmente num ano em que homenageia um escritor que decidiu usar «lh» para escrever o seu nome e que defendia a aproximação ao português — é também um pouco nosso.
O que podemos fazer? Nada de especial: afinal, o galego só pode ser salvo pelos galegos. Mas podemos ouvi-los com mais atenção, usar a nossa língua quando conversamos com galegos, começar a conhecer um pouco melhor os nossos vizinhos do Norte, vizinhos que — quando não estão a falar castelhano — falam qualquer coisa que se não é a nossa língua é o diabo por ela.





Día das letras Galegas. A lingua galega para Ricardo Carvalho Calero

  A visão futurista sobre a lingua galega que tinha Carvalho Calero, está ainda sem resolver. Já passaram muitos anos desde que ele se significou de como devía ser o fututo. O debate segue,  com a particularidade de que a lingua cada vez esmorece um pouco mais, o idioma deturpa-se e castelhaniza-se  à moreas. Carvalho como outra gente, errada ou não, procurava  que o  futuro da  pervivência da lingua  galega tinha que ser acumulando-se ou adjuntando-se a uma corrente lingüistica evoluida do galego e assentada como lingua no mundo com trescentos millhões de falantes. E isso que na altura que Calero dizia isto não existía internet. Internet hoje valoriza ainda  mais a utilização da grafía portuguesa. 
     Mágoa que tudo fosse politizado por uns e outros e não se visse o debate de forma serea e intelectual. Só queda mentres tanto que o galego normativo contemple as duas formas de escrita, e legalice a outra forma de expressão.  Cousa que paresce muito disparatada e absurda pra a grande maioria, incluida a Real Academia da Lingua Galega. Tal vez, não sei, só digo que todos temos visto na vida cousas absurdas e disparatadas que co tempo chegamos a pensar que a cousa não era daquela maneira. Esta é uma delas.
      Só aquí este pequeno apontamento ou reflexão em memoria do grande mestre Carvalho Calero.

viernes, 15 de mayo de 2020

Faladoiro (lugar no que se murmura) La rebelión de los pijos.



la rebelión de los pijos.   Por Joaquín Bosch

Magistrado. Ingresó en la carrera judicial por oposición en 2002. Ha desempeñado su actividad profesional en los juzgados de Barcelona, Denia, Vinaroz y Massamagrell. Actualmente es juez de primera instancia e instrucción en Moncada (Valencia)

Imagen de la concentración de este miércoles en la calle Núñez de Balboa. / Europa Press

Ser rico debe ser muy duro para la supervivencia. Y más cuando se reside en el barrio de Salamanca de Madrid, con un precio medio por vivienda de un millón de euros y unos niveles de renta que se encuentran entre los más elevados del país. ¿De qué sirve tener un montón de dinero si no puedes salir a gastarlo? ¿Cómo se atreven a decretar un estado de alarma que impide ir a exhibirse al club de campo? ¿Acaso la libertad de los elegidos no consiste en poder ignorar a las autoridades sanitarias? La protesta de la calle Núñez de Balboa está llena de contrastes y de historia.
Durante la guerra los aviones franquistas arrasaron buena parte de los distritos de Madrid, pero recibieron órdenes expresas de no bombardear el barrio de Salamanca. Así, los acaudalados que habían respaldado y financiado el golpe militar pudieron regresar a sus inmuebles intactos, mientras el resto de la ciudad tuvo que afrontar una muy ardua reconstrucción. También en los bombardeos se pueden manifestar diferencias de clase social.




Ese apoyo de los más ricos al dictador fue generosamente recompensado con todo tipo de prebendas, adjudicaciones, concesiones y chanchullos, en el marco de la corrupción estructural del régimen. Era prácticamente imposible consolidar una fortuna sin el beneplácito de los gobernantes. Tras la muerte de Franco, la Transición implicó una apertura en lo político, que posibilitó la entrada en las instituciones de partidos democráticos. En cambio, la continuidad de las élites económicas fue absoluta, más allá de permitir algunas incorporaciones interesadas para mantener su influencia, a través del mecanismo de las puertas giratorias.
Igual que el barrio de Salamanca no podía ser bombardeado, tampoco podían ser cuestionadas las prerrogativas de nuestras élites económicas. Ni en la dictadura, ni con posterioridad. Por eso se mantuvo esencialmente una estructura tributaria que en la práctica supone que las grandes empresas y las grandes fortunas del país apenas paguen impuestos, a diferencia de sus equivalentes en los principales países europeos. Como ya anticipara Antonio Machado, la mentalidad del señorito en España está vinculada a considerar que la patria son sus intereses y no el bienestar de todas las personas.
El egoísmo de clase, la falta de liderazgo moral y la ausencia de empatía hacia los distintos sectores sociales se ha evidenciado sobre todo en situaciones difíciles. Lo pudimos observar durante la última crisis económica, cuando se incrementaron las mayores fortunas del país, aumentaron enormemente las desigualdades sociales y surgieron amplias bolsas de pobreza extrema. Ahora mismo nos encontramos de nuevo en un momento muy delicado, ante el impacto económico de esta pandemia. Habremos de decidir cómo repartimos las cargas, sacrificios y privaciones. Y el gran misterio estriba en si alguien se atreverá por fin a poner el cascabel al gato de nuestras minorías más acomodadas.
Ese es el contexto de las protestas del barrio de Salamanca. Hay demasiadas ventajas que conservar. Desde mi respeto al derecho de manifestación, incluso en estado de alarma (si se adoptan las medidas de protección adecuadas), no puede sorprender que gran parte de la sociedad haya percibido algo más que una mera revuelta callejera. No puede sorprender que haya percibido insolidaridad, clasismo, prepotencia, frivolidad irresponsable, carencia de valores comunitarios, soberbia de casta intocable o desprecio por las normas sanitarias. No puede sorprender que haya percibido ese sentimiento arrogante de quienes se creen por encima de las leyes y del sentido común. Es demasiado impactante la comparación con el valeroso esfuerzo de nuestro personal sanitario para salvar vidas y de tantas otras personas que se están dejando la piel en sus actividades laborales.
Nos lo podemos tomar con humor. Esas algaradas presentan aspectos absurdos, ridículos o surrealistas. Pero nos equivocaremos si no captamos su profundo significado simbólico: la calle Núñez de Balboa es solo la avanzadilla y pronto presenciaremos un despliegue infinitamente superior. Está en juego si nuestras élites económicas amarran o no sus privilegios. El conflicto puede ser muy intenso, porque la experiencia les ha enseñado que la mejor defensa es un buen ataque. Y el áspero debate colectivo que se avecina no será ninguna diversión.
Al empezar una actuación memorable, John Lennon dijo con sorna que quienes ocupaban los asientos más baratos podían aplaudir y los que estaban en los palcos podían hacer sonar sus joyas. En el barrio de Salamanca han seguido ese espíritu y han irrumpido en la vía pública con la cubertería de plata, los palos de golf y el atuendo pijo algo desfasado. Exigen libertad para ir a comprar a sus tiendas selectas. Es una regla humana que nadie renuncia a sus privilegios sin oponer resistencia.

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