la rebelión de los pijos. Por Joaquín Bosch
Magistrado. Ingresó en la carrera judicial por oposición en 2002. Ha desempeñado su actividad profesional en los juzgados de Barcelona, Denia, Vinaroz y Massamagrell. Actualmente es juez de primera instancia e instrucción en Moncada (Valencia)
Ser rico debe ser muy
duro para la supervivencia. Y más cuando se reside en el barrio de
Salamanca de Madrid, con un precio medio por vivienda de un millón de
euros y unos niveles de renta que se encuentran entre los más elevados
del país. ¿De qué sirve tener un montón de dinero si no puedes salir a
gastarlo? ¿Cómo se atreven a decretar un estado de alarma que impide ir a
exhibirse al club de campo? ¿Acaso la libertad de los elegidos no
consiste en poder ignorar a las autoridades sanitarias? La protesta de
la calle Núñez de Balboa está llena de contrastes y de historia.
Durante
la guerra los aviones franquistas arrasaron buena parte de los
distritos de Madrid, pero recibieron órdenes expresas de no bombardear
el barrio de Salamanca. Así, los acaudalados que habían respaldado y
financiado el golpe militar pudieron regresar a sus inmuebles intactos,
mientras el resto de la ciudad tuvo que afrontar una muy ardua
reconstrucción. También en los bombardeos se pueden manifestar
diferencias de clase social.
Ese apoyo de los más ricos al dictador fue generosamente
recompensado con todo tipo de prebendas, adjudicaciones, concesiones y
chanchullos, en el marco de la corrupción estructural del régimen. Era
prácticamente imposible consolidar una fortuna sin el beneplácito de los
gobernantes. Tras la muerte de Franco, la Transición implicó una
apertura en lo político, que posibilitó la entrada en las instituciones
de partidos democráticos. En cambio, la continuidad de las élites
económicas fue absoluta, más allá de permitir algunas incorporaciones
interesadas para mantener su influencia, a través del mecanismo de las
puertas giratorias.
Igual que el barrio de Salamanca
no podía ser bombardeado, tampoco podían ser cuestionadas las
prerrogativas de nuestras élites económicas. Ni en la dictadura, ni con
posterioridad. Por eso se mantuvo esencialmente una estructura
tributaria que en la práctica supone que las grandes empresas y las
grandes fortunas del país apenas paguen impuestos, a diferencia de sus
equivalentes en los principales países europeos. Como ya anticipara
Antonio Machado, la mentalidad del señorito en España está vinculada a
considerar que la patria son sus intereses y no el bienestar de todas
las personas.
El egoísmo de clase, la falta de
liderazgo moral y la ausencia de empatía hacia los distintos sectores
sociales se ha evidenciado sobre todo en situaciones difíciles. Lo
pudimos observar durante la última crisis económica, cuando se
incrementaron las mayores fortunas del país, aumentaron enormemente las
desigualdades sociales y surgieron amplias bolsas de pobreza extrema.
Ahora mismo nos encontramos de nuevo en un momento muy delicado, ante el
impacto económico de esta pandemia. Habremos de decidir cómo repartimos
las cargas, sacrificios y privaciones. Y el gran misterio estriba en si
alguien se atreverá por fin a poner el cascabel al gato de nuestras
minorías más acomodadas.
Ese es el contexto de las
protestas del barrio de Salamanca. Hay demasiadas ventajas que
conservar. Desde mi respeto al derecho de manifestación, incluso en
estado de alarma (si se adoptan las medidas de protección adecuadas), no
puede sorprender que gran parte de la sociedad haya percibido algo más
que una mera revuelta callejera. No puede sorprender que haya percibido
insolidaridad, clasismo, prepotencia, frivolidad irresponsable, carencia
de valores comunitarios, soberbia de casta intocable o desprecio por
las normas sanitarias. No puede sorprender que haya percibido ese
sentimiento arrogante de quienes se creen por encima de las leyes y del
sentido común. Es demasiado impactante la comparación con el valeroso
esfuerzo de nuestro personal sanitario para salvar vidas y de tantas
otras personas que se están dejando la piel en sus actividades
laborales.
Nos lo podemos tomar con humor. Esas
algaradas presentan aspectos absurdos, ridículos o surrealistas. Pero
nos equivocaremos si no captamos su profundo significado simbólico: la
calle Núñez de Balboa es solo la avanzadilla y pronto presenciaremos un
despliegue infinitamente superior. Está en juego si nuestras élites
económicas amarran o no sus privilegios. El conflicto puede ser muy
intenso, porque la experiencia les ha enseñado que la mejor defensa es
un buen ataque. Y el áspero debate colectivo que se avecina no será
ninguna diversión.
Al empezar una actuación memorable,
John Lennon dijo con sorna que quienes ocupaban los asientos más
baratos podían aplaudir y los que estaban en los palcos podían hacer
sonar sus joyas. En el barrio de Salamanca han seguido ese espíritu y
han irrumpido en la vía pública con la cubertería de plata, los palos de
golf y el atuendo pijo algo desfasado. Exigen libertad para ir a
comprar a sus tiendas selectas. Es una regla humana que nadie renuncia a
sus privilegios sin oponer resistencia.
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