lunes, 13 de enero de 2020

Finlandia, el secreto de la felicidad. Donde la educación y el estado de bienestar funcionan.






   ¿  Porqué Aquí si funciona el estado de bienestar?.




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 (El país semanal)

El origen es un Estado democrático establecido en una Constitución de gran calado tras finalizar la sangrienta guerra civil de 1918, considera el profesor de Historia del Derecho Jukka Kekkonen. Un momento para la reconciliación del joven país, que había conseguido la independencia de Rusia en 1917. A partir de ahí, lo que hace a Finlandia única es “la comprensión del significado de las coaliciones políticas, el consenso y los compromisos en los grandes temas, además de la justicia e igualdad”. Esas amplias alianzas de fuerzas moderadas han sido fundamentales, cree, en la construcción de una sociedad no exenta de desafíos como guerras y escollos económicos: el colapso de la Unión Soviética, coincidente con una gran crisis en los noventa; la caída del gigante tecnológico Nokia y la Gran Recesión.
Cuando se hizo este reportaje, a finales de noviembre, Rinne era el primer gobernante socialdemócrata en 20 años, al frente de un Ejecutivo de coalición de centro izquierda. Había vencido por la mínima al ultra y xenófobo Partido de los Finlandeses, aupado como su propia formación por el descontento creado por la brecha social y los recortes del Ejecutivo anterior. Rinne cayó el 3 de diciembre, acusado de mentir en sede parlamentaria sobre la huelga del servicio postal.
Su dimisión provocó un nuevo récord nacional. La sucesora, Sanna Marin, se convirtió, a los 34 años, en la primera ministra más joven del mundo, en medio de una situación insólita: los cinco partidos del Gobierno están liderados por mujeres, cuatro de ellas menores de 35. Una marca que se entiende mejor con un dato. Las finlandesas fueron las primeras del mundo en poder votar y presentarse a las elecciones, en 1907. Su presencia laboral es altísima, con una tasa de empleo superior al 70%, ligeramente inferior a la masculina.
Finlandia, una economía muy industrializada (con amplio músculo en electrónica) y basada en el sector servicios, es una de las más generosas de la OCDE en protección social. Gasta el 30,9% de su PIB, con una renta per capita (42.340 euros) inferior al resto de los países nórdicos. Ese paraguas de seguridad, que no se desplegó totalmente hasta los sesenta del pasado siglo, cubre ahora a Edvin, un plácido bebé en brazos de su padre en el consultorio del centro de salud. Algo no va bien. La médica le acerca un aparato que zumba a la oreja izquierda. Ni se inmuta. Toca la revisión de los ocho meses. La sanidad pública finlandesa está tensionada por el ritmo récord de envejecimiento (se ha colocado en 10 años casi a la cabeza de la UE, con el 21% de mayores de 65 años) y la baja natalidad. El Ejecutivo pretende enmendar los recortes del Gobierno conservador anterior —que cayó al pretender privatizar en parte la sanidad y recentralizarla— a base de inyectar dinero, subiendo impuestos y generando más empleo.
Durante media hora la médica, una enfermera y una estudiante pesan, miden y auscultan a Edvin. Escuchan y hablan. “Tiene una infección en el oído. Le han prescrito antibióticos”, cuenta el padre, Juhana Tuunanen, diplomático de 37 años, frente a un café al regresar a casa. Es un apartamento con una habitación —y sauna, claro— en una zona acomodada de Helsinki. Llueve, pero deja a su hijo en el balcón. “Así duerme mejor la siesta”.



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