Para sentarnos un rato en nuestro diván y aprovechar, si es menester, un algo de lo mucho que aporta esta psicóloga clínica que asesora al Barça, a tenistas de élite e incluso a la plantilla de un restaurante de éxito.
( aquí un resumen de notas de la entrevista.)
Para poder ver la cantidad de cosas que pasan en las relaciones hay que entender a las personas. Y para eso, como para subir a una montaña, hay dos caminos: uno es largo y fácil, el otro es más corto y difícil.
El corto es ponerse en el lugar de la otra persona. Esto es difícil, pero entrenando se llega. El otro, el largo, está al alcance de todo el mundo. Consiste en seguir la anatomía. Tenemos dos oídos y una boca, así que, si queremos entender al otro, tenemos que escuchar el doble de lo que hablamos. Y con un oído hemos de escuchar lo que nos dicen y con el otro lo que no nos dicen…, que a veces es más importante.
No nos han enseñado a escuchar. En las escuelas hay cursos de cómo hablar en público, pero no de cómo escuchar. Hay conversaciones que consisten en que solo estamos esperando a que el otro acabe para soltar lo que ya teníamos preparado. Se establecen diálogos de besugos que hacen que la gente no se entienda.
Juzgar hace un daño terrible. Estamos juzgando todo el tiempo a todo el mundo, sin pruebas. Y dictamos sentencias, lo cual cierra ya toda posibilidad de seguir tratando de entender a esa persona.
En un equipo de trabajo, lo peor es lo no dicho, eso sí que es complicado de gestionar. Todo lo dicho, por duro que sea, se puede gestionar.
Pero vivimos en una sociedad en la que mostrar tus sentimientos equivale a ser vulnerable. Y no es verdad, es ser más fuerte.
Y también ocurre que a esa imagen que queremos transmitir de que tenemos que estar siempre divinos de la muerte nos empuja un poco la sociedad en la que vivimos. No puede ser que siempre estemos contentos, guapos, sin problemas de salud y con dinero.
La envidia y los celos son males endémicos de estas sociedades. Y llevan, a veces imperceptiblemente, al maltrato psicológico. Que se da entre iguales, entre superior e inferior y a veces hasta de inferior a superior.
A veces creemos que nos enfadamos con alguien, cuando en realidad nos estamos enfadando con nosotros mismos porque no estamos entendiendo al otro. Somos tan orgullosos que, cuando no entendemos a alguien, hacemos una pirueta y decimos: “Ese tío está loco”
Si a ti te miran con ojos de que confían en ti, de que vales, de que tú puedes…, tú, por agradecimiento, das lo mejor. Pero cuando alguien te mira como si fueras un inútil hagas lo que hagas, cada vez vas haciendo menos y peor.
Nos preparan para el éxito, no para el fracaso.A veces es más difícil recuperarse de un éxito que de un fracaso. “¿Y si intento repetirlo y no lo consigo?”. Eso paraliza.
Es de suponer que sus clientes no cuidan a sus equipos por altruismo, sino por buscar ser eficaces. Aunque solo sea por egoísmo. Claro, y yo no sé por qué el egoísmo tiene tan mala prensa. Solo los egoístas sobreviven.
Deberían enseñarnos a todos de pequeños a gestionar equipos y a comportarnos en ellos, porque toda la vida nos la pasamos en equipo. Nacemos en una familia, que es un equipo. Vamos a clase, que es un equipo. Vivimos con vecinos de escalera, que es un equipo. Formamos parte de un grupo de amigos, que es otro equipo. O jugamos al fútbol en un equipo. Trabajamos en una empresa tal, que es un equipo.
El agravio comparativo es la carcoma de las relaciones, porque siempre estamos midiendo cuánto nos quieren. Somos adictos al reconocimiento. Y hay personas que creen que, como una vez las quisieron porque hicieron algo extraordinario, solo las van a querer si lo son, y se pasan la vida persiguiendo lo extraordinario, un grave error.