domingo, 14 de junio de 2020

Começa a semana com isto. Fernando Fernán Gomez y el alcohol

Faladoiro. ¿Cañones, o mantequilla? El 8-M, el 14-M y el control judicial de las decisiones políticas

 

¿Cañones, o mantequilla? El 8-M, el 14-M y el control judicial de las decisiones políticas

Miguel Pasquau, 

El Gobierno podía acertar o no, pero el resultado posterior no puede ser el parámetro para deducir una responsabilidad judicial. Sí política, por supuesto: para eso está la política, para seleccionar las mejores decisiones ‘de entre las posibles’. 


Es susceptible de control judicial esta decisión del Gobierno? La respuesta natural es clara: no. No, porque se trata de una decisión entre dos alternativas legítimas. El que las diferentes alternativas sean legítimas no significa que sean igualmente acertadas, ni que el saldo resultante de efectos derivados (epidemiológicos y económicos) sea el mismo. El Gobierno podía acertar o no, pero el resultado posterior no puede ser el parámetro para deducir una responsabilidad judicial. Sí política, por supuesto: para eso está la política, para seleccionar las mejores decisiones de entre las posibles, es decir, en los ámbitos en los que no hay obligación constitucional, legal, o en general jurídica, de tomar una decisión o no tomarla. Por eso no cabe reproche a que la oposición haga crítica de las decisiones adoptadas: la decisión sobre cuál es el bien mayor o el mal menor es una cuestión de prioridades políticas donde sí hay, no faltaba más, barra libre. Para ello hay privilegiados escenarios dialécticos: el parlamento, y la libertad de expresión. Otra cosa es en un Juzgado.
Sobre el control judicial de los actos políticos hay mucha y muy buena literatura. También en España: fue célebre el debate, hace décadas, entre dos grandes espadas del Derecho Administrativo (Tomás Ramón Fernández y Luciano Parejo). Probablemente la discusión se enturbia por el concepto mismo de “acto político” exento de control judicial: ni es sólo, en su versión más estricta, la aprobación de una ley o la investidura de un Gobierno,  ni, en el otro extremo, llega a abarcar cualquier acto discrecional de una Administración Pública. 



Faladoiro. Henry Kissinger. La pandemia del coronavirus transformará para siempre el orden mundial

La pandemia del coronavirus transformará para siempre el orden mundial

Henry Kissinger, autor de esta columna. (Reuters)

 Artículo de Henry Kissinger
The Wall Street Journal

Desde la Batalla de las Ardenas, fuimos a un mundo de creciente prosperidad y una mayor dignidad humana. Ahora vivimos en un momento que definirá una época. 

La atmósfera surrealista de la pandemia del Covid-19 me recuerda cómo me sentí de joven en la 84ª División de Infantería durante la Batalla de las Ardenas. Ahora, como a finales de 1944, hay una sensación de peligro incipiente, dirigido no a una persona en particular sino golpeando al azar y con devastación. Pero hay una importante diferencia entre esa época lejana y la nuestra. La resistencia americana de entonces estaba fortalecida por un propósito nacional final.
Ahora, en un país dividido, es necesario un Gobierno eficiente y con visión de futuro, para superar unos obstáculos sin precedentes en su magnitud y en su alcance mundial. Mantener la confianza en las instituciones públicas es crucial para la solidaridad social, para la relación de las sociedades entre sí y para la paz y la estabilidad internacionales.

Las naciones se cohesionan y prosperan en la creencia de que sus instituciones pueden prever la calamidad, detener su impacto y restaurar la estabilidad. Cuando la pandemia del Covid-19 termine, se percibirá que las instituciones de muchos países han fracasado. El hecho de que ese juicio sea objetivamente justo es irrelevante. La realidad es que el mundo nunca será el mismo después del coronavirus. Discutir ahora sobre el pasado solo hace más difícil hacer lo que se debe hacer.
El coronavirus ha atacado con una escala y una ferocidad sin precedentes. Su propagación es exponencial: los casos en EEUU se duplican cada cinco días. En el momento de escribir esto, no hay cura. Los suministros médicos son insuficientes para hacer frente a la creciente oleada de casos. Las unidades de cuidados intensivos están a punto, e incluso más allá, de verse desbordadas. Los test no nos sirven para la tarea de identificar la extensión real de la infección, y mucho menos para revertir su propagación. Una vacuna exitosa podría estar a 12 o 18 meses de distancia.
El Gobierno de los Estados Unidos ha hecho un buen trabajo para evitar una catástrofe inmediata. Pero la prueba definitiva llegará cuando veamos si la propagación del virus puede ser detenida y luego revertida de una manera y a una escala que mantenga la confianza del público en la capacidad de los americanos de gobernarse a sí mismos. El esfuerzo de la crisis, por muy vasto y necesario que sea, no debe desplazar la urgente tarea de lanzar una iniciativa paralela para preparar la transición al orden poscoronavirus.

Los líderes están lidiando con la crisis desde una perspectiva principalmente nacional, pero los efectos corrosivos que el virus tiene en las sociedades no conocen fronteras. Si bien el ataque a la salud humana será —esperemos— temporal, la agitación política y económica que ha desencadenado podría durar generaciones. Ningún país, ni siquiera los Estados Unidos, puede, en un esfuerzo puramente nacional, superar el virus. La atención a las necesidades del momento debe ir unida en última instancia a una visión y un programa de colaboración global. Si no podemos hacer ambas cosas a la vez, nos enfrentaremos a lo peor de cada una.

Si sacamos lecciones del desarrollo del Plan Marshall y del Proyecto Manhattan, los EEUU están obligados a realizar un gran esfuerzo en tres ámbitos. Primero, reforzar la resistencia global a las enfermedades infecciosas. Los triunfos de la ciencia médica —como la vacuna contra la polio y la erradicación de la viruela, o la emergente maravilla estadístico-técnica del diagnóstico médico a través de la inteligencia artificial— nos han llevado a una peligrosa complacencia. Necesitamos desarrollar nuevas técnicas y tecnologías para el control de infecciones y también vacunas adecuadas para ser aplicadas de forma masiva. Las ciudades, los Estados y las regiones deben prepararse constantemente para proteger a su población de las pandemias mediante el almacenamiento, la cooperación en la planificación y la exploración en las fronteras de la ciencia.

En segundo lugar, esforzarse por curar las heridas de la economía mundial. Los dirigentes mundiales han aprendido importantes lecciones de la crisis financiera de 2008. La crisis económica actual es más compleja: la contracción desencadenada por el coronavirus es, en su velocidad y escala global, diferente a todo lo que se ha conocido en la historia. Y las medidas de salud pública necesarias, como el distanciamiento social y el cierre de escuelas y empresas, están contribuyendo al sufrimiento económico. Las medidas que se adopten también deben tratar de mejorar los efectos del caos que se les avecina a las poblaciones más vulnerables del mundo.

Tercero, salvaguardar los principios del orden mundial liberal. La leyenda fundadora del gobierno moderno es una ciudad amurallada protegida por poderosos gobernantes, a veces despóticos, otras veces benévolos, pero siempre lo suficientemente fuertes para proteger al pueblo de un enemigo externo. Los pensadores de la Ilustración reformularon este concepto, argumentando que el propósito del Estado legítimo es proveer las necesidades fundamentales del pueblo: seguridad, orden, bienestar económico y justicia. Los individuos no pueden asegurar estas cosas por sí mismos. La pandemia ha provocado un anacronismo, un renacimiento de la ciudad amurallada en una época en que la prosperidad depende del comercio mundial y el movimiento de personas.

Las democracias del mundo necesitan defender y mantener sus valores de la Ilustración. Un retroceso global del equilibrio entre el poder y la legitimidad hará que el contrato social se desintegre tanto a nivel nacional como internacional. Sin embargo, esta problemática milenaria entre la legitimidad y el poder no puede resolverse a la vez que ponemos todo el esfuerzo en superar la plaga del Covid-19. Hace falta moderación en todas las partes, tanto en la política nacional como en la internacional. Hay que establecer prioridades.

Desde la Batalla de las Ardenas, fuimos a un mundo de creciente prosperidad y una mayor dignidad humana. Ahora vivimos en un momento que definirá una época. El desafío histórico para los líderes es gestionar la crisis mientras construyen el futuro. Si fallan, podrían dejar el mundo en llamas. 

Ahora, en un país dividido, es necesario un Gobierno eficiente y con visión de futuro, para superar unos obstáculos sin precedentes en su magnitud y en su alcance mundial. Mantener la confianza en las instituciones públicas es crucial para la solidaridad social, para la relación de las sociedades entre sí y para la paz y la estabilidad internacionales.
Las naciones se cohesionan y prosperan en la creencia de que sus instituciones pueden prever la calamidad, detener su impacto y restaurar la estabilidad. Cuando la pandemia del Covid-19 termine, se percibirá que las instituciones de muchos países han fracasado. El hecho de que ese juicio sea objetivamente justo es irrelevante. La realidad es que el mundo nunca será el mismo después del coronavirus. Discutir ahora sobre el pasado solo hace más difícil hacer lo que se debe hacer.


miércoles, 10 de junio de 2020

The Wire

Wkipedia. 

 The Wire (titulada Bajo escucha en España y Los vigilantes en México) fue una serie de televisión estadounidense ambientada en Baltimore, Maryland, cuyo hilo conductor son las intervenciones telefónicas judiciales encomendadas a un grupo policial. Fue ideada, escrita y producida por el periodista y escritor David Simon, que se basó en su experiencia en la sección de sucesos del Baltimore Sun. Se estrenó en el canal de televisión por cable HBO el 2 de junio de 2002 y finalizó su emisión el 9 de marzo de 2008, periodo en el que se emitieron sesenta capítulos repartidos en cinco temporadas.

The Wire trata de ser una visión realista de la vida de Baltimore, centrándose especialmente en el tráfico de drogas. Muchos de sus personajes se basan en personas reales de Baltimore y varios actores secundarios son amateurs que interpretan sus propios personajes.1​ La serie es caracterizada por historias y eventos entre diversas instituciones gubernamentales, públicas, jurisdicciones policiacas y sectores mayormente marginales de la ciudad que toman parte a lo largo de varios capítulos o que pueden prolongarse por varias temporadas.
The Wire fue emitida en Estados Unidos y América Latina por la cadena de televisión por cable HBO y en España por el canal de pago TNT. Pese a no haber sido un gran éxito comercial, fue alabada por la crítica, que la calificó como una de las mejores series de televisión jamás realizadas y uno de los mejores trabajos de ficción de toda la historia.234567​ Las votaciones de los usuarios en la mayor página de cine en español de internet FilmAffinity la sitúan como la mejor serie de la historia.89​ Asimismo, la Writers Guild Association posicionó a la serie en el puesto número 9 de Las 101 series mejor escritas de la historia de la TV.
Fue elegida la mejor serie de televisión de la historia por Time,10The New York Times,11The Guardian,12Philadelphia Daily News,13Entertainment Weekly,14The Telegraph,15San Francisco Chronicle,16Complex, Vulture y Slate.1718

Colada do blog amigo "aspirina b"


«I think it’s one of the greatest not just television shows, but pieces of art, in the last couple of decades.»


Obama

Premissa: a ficção televisiva não pode superar o cinema mas pode igualá-lo se conseguir o milagre de se transformar em cinema televisivo. Esse milagre aconteceu, tem nome e data. Quando, a 10 de Janeiro de 1999, David Chase apresentou Tony Soprano e sua famiglia aos telespectadores, estes descobriram que a vida atribulada, sofrida, do Tony era genuinamente cosa nostra. Cada episódio foi pensado como um filme, não fazendo qualquer concessão ao modelo publicitário das televisões nem à psicologia imatura e fragmentada dos seus públicos típicos. O realismo pretendido, e alcançado, não era o dos efeitos especiais e sua fanfarra irrelevante, antes o da profundidade e verdade das personagens à procura de si mesmas. Como nós, se estivermos lúcidos.

Salto para 2008. Chase passa a tocha a Vince Gilligan. Este trouxe-nos Walter White e o seu mundo. Um mundo onde só dá para entrar, de onde nunca mais se pode sair. E a prova chama-se “Better Call Saul”, a genial prequela que é também uma sequela. Há muitas aparentes tragédias nas salas de cinema e nos ecrãs de televisão que não passam de involuntárias, desmioladas ou reles comédias. Gilligan serve-nos altíssima comédia como entrada para o seu prato principal, nacos de tragédia clássica com molho narrativo e especiarias estéticas apurados à perfeição.

No entretanto, “The Wire”. O meu panteão do cinema televisivo tem estas 3 (que são 4) séries como objectos supremos de adoração. E o feito de David Simon – que não teria sido possível sem a sua tarimba jornalística e peculiar equipa; em especial, Ed Burns – acaba de atingir o zénite da actualidade com a execução pública e filmada de George Floyd. Quem ainda não viu pode correr para a HBO ou para um DVD perto de si e passar a abrir a boca de espanto várias vezes por episódio. Não há bons nem maus, não há caricaturas, não há simplismos. Há estruturas, sistemas, economia, natureza humana, geografia. E daí ser corrente considerar-se estarmos perante um olhar documental dada a detalhada e rigorosa verosimilhança dos enredos em “The Wire”, mas o segredo é outro. Sem o poder artístico da escrita, ao mais alto nível da tradição cinematográfica, não poderíamos desfrutar da companhia daquelas personagens e aprender com o tanto que têm para nos ensinar.

Ouvir o autor a falar da América é uma eulogia do que mais importa para o momento que a civilização atravessa, e que a eleição de Trump e de Bolsonaro, mais a vitória do Brexit, tornaram crítico. Esses fenómenos políticos foram e são acompanhados por disfunções e perversões sociais como o racismo e a xenofobia, o pasto dos instigadores e manipuladores dos medos e dos ódios correspondentes – enquanto à volta a crise climática e a catástrofe ecológica nos levam para consequências absolutamente desconhecidas na história da Humanidade.

Simon resiste a celebrar e promover o seu trabalho como artista, preferindo a interpelação cultural e cívica, e isso só nos faz amar ainda mais a sua arte. Aqui ficam exemplos do favor que nos está a fazer ao discursar na cidade para o bem da cidade:



 

lunes, 8 de junio de 2020

Juan Eslava Galán entrevista a Francisco Franco.

Franco: «Ahora les parece bien que vengan moros, con lo que me lo criticaron a mí»

Franco: «Ahora les parece bien que vengan moros, con lo que me lo criticaron a mí»
Fotomontaje de Jeosm
Entrevista a su Excelencia el Jefe del Estado y Caudillo, Francisco Franco.
Con motivo de la publicación de su último libro La tentación del Caudillo: Nueve meses que no estremecieron al mundo, el escritor Juan Eslava Galán se ha visto llamado con urgencia al palacio de El Pardo. Éste es el fascinante relato de los hechos.

El taxista es de los antiguos. Zamarrilla cómoda, camisa a cuadros y un papirotazo castizo que manda el cigarrillo a la otra acera cuando ve que tiene servicio. No gasta mascarilla antivirus —le estorbaría para el palillo que lleva en la comisura—, pero le enseña un atomizador antivirus con el que hace flu-flu en los asientos de atrás cada vez que se apea un cliente.
—¿A dónde vamos? —pregunta por el retrovisor.
—A El Pardo, por favor.
—¿Va usted a ver a Franco? —se ríe del chiste.
—Algo así.
Del retrovisor cuelga un jamoncito en miniatura y una cinta con la medalla de la Virgen del pueblo.
Como ve que el usuario no habla mucho, pone las noticias de la radio: el coronavirus, que remite gracias a Dios, división de opiniones sobre Marlaska, negros reivindicativos, una alcalda andaluza que asiste a los plenos en bikini, desde la playa, tan ricamente…
—Querrá usted decir alcaldesa —corrige un tertuliano.
—No, eso era antes —se reafirma la locutora—. Alcaldesa es la mujer del alcalde; alcalda es la mujer que democráticamente ha ganado la vara de alcalde y como tal rige el municipio.
—Entonces al marido ¿cómo lo llamamos? —pregunta el contertulio
—Alcaldeso, claro.
—¡Ah!
Eslava no atiende a la radio. Va preocupado, porque no se acaba de creer lo que le está ocurriendo. Un motorista de chaquetón de cuero y casco de tanquista ruso que montaba una Sanglas modelo 400T de cuatro tiempos y motor de 423 centímetros cúbicos, catalana, para que luego digan que los catalanes no son afectos al Régimen, le ha traído a domicilio una carta.
—Ea, que usted lo pase bien —se despidió estilo antiguo, sin pedirle el número de DNI ni hacerle firmar con el dedo en una pantallita.
El sobre lucía en el remite el sello en relieve de la casa del Generalísimo.

"¡Coño! Una invitación de su Excelencia el Generalísimo —se dijo. Y luego se preguntó: ¿Pero este hombre no estaba muerto?"
Un saluda. Eslava reconoció la firma, ancha y segura del Caudillo. Nada menos.
—¡Coño! Una invitación de su Excelencia el Generalísimo —se dijo. Y luego se preguntó— ¿Pero este hombre no estaba muerto?
A esta hora de la mañana la pajarería busca el desayuno en el encinar de El Pardo, el ojito derecho del presidente Azaña, que lo protegió con mimo de las ansias deforestadoras de su gobierno.
—¡Ya ve usted, Negrín! En Madrid, rodeado de miles de hectáreas de tierra calma y erial, no había por lo visto mejor sitio que el encinar de El Pardo para un ensayo de arquitectura social, casas baratas. Cuando ganemos la guerra, ¿sabe usted el único puesto al que voy a aspirar?
—¿Cuál?
—Guarda mayor y conservador perpetuo de El Pardo. Para cuidar de las encinas, de los olmos, de los acebuches.
—¿Y de los alcornoques?
—Bueno, también de los alcornoques, aunque esos se crían solos. En España lo que sobran son alcornoques.
Azaña y Negrín perdieron la guerra y El Pardo se quedó sin más protección que la de Franco.
—Al que toque una rama, lo capo.
—¿Eso dijo el Caudillo?
—No con esas palabras, pero era la idea. El Pardo, su coto de caza.
—Casi se puede decir que puedo abatir ciervos, jabalíes y muflones desde la ventana de mi dormitorio —le decía a Carmen, la Señora, cuando ella le reprochaba que no vivieran en el Palacio Real.

"Después de unas interferencias, conecta con una emisión antigua en la que suena la voz de Joselito, el pequeño ruiseñor, cantando La campanera en un disco de vinilo"
Una niebla espesa se traga coche, carretera y paisaje. Incluso el programa de radio se interrumpe y después de unas interferencias conecta con una emisión antigua en la que suena la voz de Joselito, el pequeño ruiseñor, cantando «La campanera» en un disco de vinilo.
—Esto sí que es raro —-dice el taxista—. Iremos despacio, no sea que nos demos una leche.
Pero de pronto salen de nuevo a la carretera y al paisaje.
—Era solo un banco de niebla.
Enredado en estas evocaciones, llegan a la bifurcación, donde unos letreros señalan El Pardo y Palacio.
—Tome usted a la derecha —indica Eslava.
—¿Al mismo palacio vamos? —pregunta el taxista extrañado.
—Al palacio, claro.
De la garita sale el sargento Lupiánez, tricornio charolado, bigotazo y naranjero. Hace el saludo militar, mano a la ceja.
—¿El señor Eslava? Apéese, por favor —dice abriendo la puerta—. No se preocupe, que yo pago la carrera. El comandante asistente lo está esperando.
El comandante asistente se llama Castillo y usa unas gafitas de marco dorado que le dan un aire de oficinista. En pos de él atraviesa el visitante un par de salones decorados con tapices de Goya y Bayeu, pastores vestidos de seda cortejando a pastoras en las eras entre haces de mies recién segada.
El comandante Castillo marca el paso sobre las mullidas alfombras, camino del despacho del Generalísimo.
Huele a barniz viejo y a cerrado.
Un ratoncillo escapa bajo un bargueño filipino de caoba con incrustaciones de nácar.
Despacho del Caudillo.
El comandante Castillo da dos golpecitos en la puerta. La abre. Pasa. Se cuadra. Saluda, mano a la visera.
—El invitado, Excelencia —anuncia.
Franco, ese hombre.

"Ortega se ofreció a escribirme los discursos, por persona interpuesta, claro, porque era muy engreído y soberbio, pero le dije que no"
El perfil cesáreo de las monedas de 1 pts., 2,50 pts., 5 pts., 25 pts., 50 pts. y 100 pts. que hoy buscan los coleccionistas en el mercadillo dominical de la Plaza Mayor está sentado detrás de la mesa escritorio.
Casi oculto por una barricada de carpetas e informes, como cuando combatía a las cábilas rebeldes en los aduares marroquíes.
Emerge la cabeza cesárea de la muralla de papel. Quizá ande por los sesenta años, la edad que tenía cuando le hicieron la serie de sellos de 1955 en la que aparece en plan estadista occidental, de paisano, con un poco de papada.
Sonríe cordial. Abandona el parapeto y sale al encuentro del visitante, la mano tendida.
Eslava la estrecha. Fría. Como de difunto. No obstante, el apretón es firme, impostado.
—Es un honor, Excelencia —el visitante abate la cabeza reverente, como Josep Piqué ante el presidente Bush (solo una vez, Piqué lo reiteró dos veces más).
—Siéntese, Eslava —el Caudillo le ofrece asiento en el sofá. Él ocupa el sillón contiguo.
Suenan algo los muelles, del poco uso, pero sepa el lector que a este terciopelo rojo magenta, perdón, quise decir encarnado magenta, lo caldearon en otro tiempo muy ilustres posaderas: medio episcopado español con el cardenal Gomá a la cabeza, el Reichsführer Himmler, el doctor Fleming, Eisenhower, el chivo Trujillo, Nixon tricky, Ortega y Gasset…
—No, ese no —corrige Franco—. Ortega se ofreció a escribirme los discursos, por persona interpuesta, claro, porque era muy engreído y soberbio, pero le dije que no. Eso sí, le mantuve el sueldo de la universidad, aunque no diera clases, para que no incordiara.
El visitante descubre sobre la mesita auxiliar un ejemplar de su novela ensayada o ensayo novelado La tentación del Caudillo, con el subtítulo Nueve meses que no estremecieron al mundo, que le sugirió su compadre Pérez-Reverte entre la sopa y los garbanzos el día que degustaron el cocido especial de la Hermandad de la Legión.

Observa Eslava que el ejemplar del Caudillo tiene algunas páginas señaladas con post-its. Se ve que lo ha leído con atención, o quizá con intención. Comienza a entender qué hace en El Pardo y el interés del Caudillo por conocerlo.

"Observa Eslava que el ejemplar del Caudillo tiene algunas páginas señaladas con post-its. Se ve que lo ha leído con atención o quizá con intención"
—Así que usted es el autor de este libro, La tentación del Caudillo —le dice.
—Así es, Excelencia —lo admite—. Espero que no le haya parecido demasiado mal.
—A cosas peores está uno acostumbrado.
—Perdone que se lo pregunte, Excelencia, pero … ¿usted no estaba muerto?